La forma de la realidad. La cultura popular como el espacio de la distinción

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Silvia Kurlat Ares, Ph.D.
Investigadora independiente

¿En virtud de qué preguntas tiene sentido volver sobre los debates acerca de la cultura popular que parecieron cancelarse entre mediados y fines de los años noventa y que hoy, más de diez años después, parecen volver poco a poco al centro de la escena? Si durante esa década las reflexiones en torno a la cultura popular tenían mucho que ver con lo que se dio en llamar el auge de la marea rosa en América Latina, hoy sería muy fácil buscar nuevas respuestas a esas indagaciones a partir de los obvios y a veces contundentes fracasos del ciclo populista de inicios de siglo. Pero las respuestas obvias, con ser en parte ciertas, nunca son realmente acertadas ni encaminan los estudios en una dirección productiva.

La crisis de lo popular se instaló en el discurso crítico de los noventa al mismo tiempo que emergían algunos de los trabajos teóricos que fueron más fructíferos para los debates en torno a ese concepto. Esas reflexiones proveyeron complejos vocabularios y categorías para pensar cómo se instalaban problemáticas de representación, identidad o heterogeneidad vinculadas primero con la posmodernidad y más tarde (casi simultáneamente, diría) con la globalización. Si hubiera que ser precisos, me aventuraría a decir que la crisis de lo popular  en tanto que material de estudio académico se instala como discurso crítico al mismo tiempo que se empieza a hacer un catálogo cada vez más complejo de objetos y de prácticas. En el llamado al presente volumen habíamos tomado nota de esa situación al decir que las ciencias sociales se han ocupado de elaborar extensos inventarios de artefactos y de prácticas (tanto cotidianas como grupales de distinto tipo) que participan de eso que se denomina cultura popular. Con una perspectiva que denota el nivel de incertidumbre en que muchos críticos se mueven, muchas veces esas reflexiones toman puntos de partida arbitrarios imaginando inflexiones importantes en los debates letrados en torno a instancias políticas específicas; u, otras veces, en una mezcla de términos que rayan la confusión, incluyendo o sustituyendo la cultura popular con el mercado de masas, la cultura de masas y los medios masivos. Tal aglomeración no puede resolver la discusión ni llegar a conclusiones definitivas, pero evidencia hasta dónde lo abigarrado del término “cultura popular” requiere no sólo un instrumental que contemple su complejidad sino también su propia capacidad de transformación y cooptación.

Incorporar lo popular como tema de análisis, pensar en cómo y quiénes consumen las diversas manifestaciones de la cultura, o explorar la relación de la cultura con el mercado no son novedades en los estudios de campo cultural: desde las lecturas de Walter Benjamin, por lo menos, éstos son objetos de estudio que han estado presentes en las encrucijadas disciplinares que ponen en relación literatura y sociología, economía y política, antropología e historia del arte, etc. Esa perspectiva también se ha extendido a quienes son los creadores de tales productos y prácticas para describir desde una mirada teñida por la etnología la constitución de sujetos/subjetividades populares y su relación con el resto del quehacer cultural, social y político. Las categorías de análisis vinculadas a lo popular, como veremos en la páginas que siguen, no pueden ser estáticas. Quizás, por esta razón, aún una búsqueda metódica en la bibliografía no podría encontrar ni una definición precisa para esos productos, ni una forma de exégesis que no esté atada fuertemente a las categorías de análisis formuladas en campos más consolidados. En cierta forma, puede decirse que son objetos de estudio que se definen de manera oposicional y con un violento presentismo histórico. La bibliografía evidencia que, en su misma voluntad de relevamiento etnográfico, las aproximaciones del discurso letrado muestran una latente desconfianza hacia esos objetos-otros de los que intenta apoderase al mismo tiempo que los confina al espacio de lo menor. La mirada sobre quienes producen esos objetos no es menos contradictoria: si por un lado se intenta dar cabida y legitimidad a sujetos y subjetividades populares (a quienes se concibe como lo otro del letrado), esa operación tiene un tono cuasi-pedagógico que olvida todas las advertencias de Gramsci al respecto. En este sentido, la reflexión metodológica propuesta en los trabajos aquí presentados, invita a hacer un recorrido sobre cuáles fueron las instancias de la discusión teórica sobre lo popular. Los trabajos de Romano y el mío propio hacen esos recorridos en los extremos del arco temporal cuando lo popular vino a convertirse en una referencia insoslayable, conformando una suerte de cara y cruz de cuáles fueron y están siendo los marcadores de una discusión que está re-definiendo en qué consiste pensar sobre la cultura popular. Dentro de este espacio, la cuestión del método y de lazos instrumentales han sido centrales y los trabajos de Alabarces, Caro y Valenzuela Arce ponen en escena la problemática de trabajar con articulaciones teóricas y metodológicas rígidas al enfrentar objetos cuya plasticidad está en rápida sintonía con el devenir histórico y social con el que dialogan. Estos trabajos no sólo señalan cómo pensar lo popular como objeto, sino que construyen sus metodologías a partir de la re-articulación de categorías, y la apertura de zonas de trabajo y de reflexión que surgen en el hacer mismo. Estos trabajos muestran que los elementos que se toman prestados de otras áreas son siempre insuficientes a la hora de reflexionar sobre la complejidad y la heterogeneidad de formas culturales siempre cambiantes, plurales en sus manifestaciones, y disímiles según sus contextos: no es que no sea posible establecer categorías sino que éstas deben ser funcionales a los objetos que describen y aprehenderlos en su devenir.

De allí también, que la reflexión teórica que surge de los trabajos aquí reunidos recapitule parte de viejas discusiones para mostrar falencias y, al mismo tiempo, iluminar los objetos de nuestro interés no como objetos-otros sino como objetos producidos como parte de un diálogo al interior del campo social, del campo cultural y de la historia del arte. Creo que el hilo conductor común de todos los trabajos es, precisamente, subrayar la existencia de nodos, de redes, de sintagmas operacionales donde se disuelve el imaginario de la cultura popular como una degradación o una forma comercial de la alta cultura para señalar zonas no de simple contacto o cruce, sino de diálogo, de simetría, pero sobre todo, de una productividad en tensión. Así, los artículos reponen en el debate no sólo la dimensión estética de esos objetos, sino el eje de la temporalidad para espacios en permanente estado de metamorfosis. Los trabajos de Peidro, Zabalgoitia Herrera, Horne y Salinas Zabalaga apuntan precisamente en esa dirección al proponer lecturas que enfatizan la articulación de redes sincrónicas y diacrónicas en la formulación de proyectos y en la ubicación simbólica de los objetos que trabajan, demostrando que participan de múltiples registros que no pueden ser reducidos a formas culturales ontológicas o metafísicas. No es simplemente una cuestión de convertir lo popular en el lugar de la voz-otra: como bien demuestran estos trabajos, este no deja de ser otro reduccionismo. Más bien, se trata de ver cuáles son las construcciones estéticas con las cuales objetos y productores en este registro entran al ruedo de la discusión política desde el ámbito de la cultura. Las preguntas capitales serían, entonces, ¿en qué consiste elegir este registro? ¿qué se puede articular en lo popular que no se puede articular en otra parte? ¿cuáles son los costos y la efectividad de tal elección (si es que siempre lo es)?

Los artículos que siguen no cubren ni todas las áreas culturales y geográficas de las Américas ni todos los posibles problemas vinculados con la cultura popular. Los ensayos no están organizados ni cronológica ni geográficamente. No es la intención de este volumen presentar un panorama completo del estado de la cuestión. Sí fue intención de este volumen volver a poner en escena un diálogo que, aunque soterrado, parecía ausente o sesgado en lo que han sido las grandes discusiones teóricas de los estudios culturales de los últimos años. La variedad de trabajos aquí reunidos apuesta por generar una reflexión en torno a un imaginario desplazamiento de problemáticas en un momento en que su aparato teórico (sobre todo en América Latina) empieza a recomponerse a partir de líneas de pensamiento que discutieron y se opusieron tanto al primer posestructuralismo como a ciertas corrientes de la llamada posmodernidad. Pero sobre todo, lo que intentamos hacer aquí es volver a pensar algunas preguntas centrales en torno a eso que se ha dado llamar “cultura popular” en un momento en que la misma se ha convertido en moneda corriente del sistema identitario de amplias capas de población, y cuando confinarla al espacio de lo menor es, en el mejor de los casos, el desconfiado gesto pueril de quien intenta detener una inundación con un balde.