Cuba en tres actos: imaginarios, migraciones y funerales

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Mabel Cuesta
University of Houston

El proceso de descolonización cubano a finales del siglo XIX vino asociado a una secuencia de episodios de control geopolítico por parte de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX y de la extinta Unión Soviética durante la segunda del mismo siglo. La conocida Revolución cubana de 1959 fue el parte aguas en ambos procesos de control de esas metrópolis y la figura de Fidel Castro como la del líder que sintetizó los procesos de emancipación de la estructura neocolonial que imponía las relaciones comerciales y diplomáticas con USA y el fracaso del experimento socialista en la isla antillana. En este trabajo se discute cómo los últimos ciento veinte años han capturado la imaginación tanto de los cubanos como de los relatores internacionales y también cómo la migración ha sido el mejor síntoma del fracaso de la excepcionalidad cubana. Finalmente se explora cómo todo lo anterior encuentra su mejor expresión a través de los funerales de Fidel Castro.

 

Acto I: Cuba fuera de los mapas
“Cuba, Cuba en este mapa está en todas partes sin jerarquías y por esta razón, no está en ninguna” (29). Así lo asegura Iván de la Nuez en La balsa perpetua, un libro de ensayos que ayudaría a repensar los imaginarios cubanos a partir de la década de los noventa, cuando las cartografías mundiales mudaron colores y nombres de capitales. Sin embargo, Cuba siempre anduvo desplazada. Baste asomarse a la historia de los siglos XVIII y XIX, cuando bullían primero y se armaban después los alientos de una nacionalidad que aún no pudo hilarse, que acaso no será ya hilada…

No fue posible, a pesar de los forzosos intentos republicanos en el período de 1902 a 1959, en donde por concebir identidades fijas terminamos pariendo hasta un apóstol. A Martí –el más trasnacional de los sujetos en la imposible sociedad civil decimonónica– le fue adjudicado el rol concentrador de “cubanías”, con un sentido modélico de pensamiento y praxis específicos. Asumiendo dicho rol como posible y a Martí como su continente, “cubanía” serían entonces: austeridad, vocación de servicio, lucha indefinida contra el poder –cualquier poder–; verbo galopante –y en cierto sentido delirante–; viajes, laboriosidad, genialidad, gestión … Pero tampoco.

El propio Martí sería reusado (como bolsa plástica que deviene envoltorio para chismes domésticos inservibles y más tarde eventual y final tacho de basura) por el discurso y otra vez las prácticas de quienes se establecieran en el poder en 1959; aquellos que todavía permanecen allí. Entonces el apóstol republicano pasó a ser: miliciano, cortador de caña, luchador clandestino, rosa blanca en las manos de los pioneros en cada uno de sus natalicios, sacrificio, botas, verde olivo y patria.

De modo que las imposibles definiciones para un Martí apostólico, quizá, sólo quizá podrían ser por decantación las más cercanas a esa Cuba que le han forzado a simbolizar … a esa nacionalidad que todavía hoy pugna (con todos los inconvenientes de la sociedad global) por alcanzar su lezamiana “definición mejor”. Sería aquel un Martí-cubanía que es sobre todo: cambiante camaleón del trópico, desajustado, conveniente, olfateador de aventuras, arriesgado, resistente, febril, marinero, adúltero, alcohólico y ocasional paridor de ripios literarios … ensayo/error/ensayo/error.

Pero en todo caso, si no vale Martí, vale al menos preguntarse: ¿Qué es Cuba? ¿Dónde queda? ¿Cómo apresarla? ¿Imaginarla? ¿Soñarla? ¿Qué fue de ella en los últimos ciento diez años? ¿Si ya no es española, ni americana, ni soviética, ni venezolana, qué sería? Cierta obra de teatro estrenada hace algunos años en La Habana apunta a esa indefinición desde el futuro. Se trata del monólogo más corto del mundo, el único texto que se dice en la obra Rapsodia para el mulo: “¿Y por fin Cuba en qué paró…?1”. Monólogo-pregunta que deja clara la incertidumbre de esos pasados imposibles, presentes agónicos y futuros perpetuados aún para las fechas de 2059.

Pero no todo está perdido. Las diásporas, que por naturaleza suponen lucha, sobrevivencia, reinvención, refundación, vienen a equilibrar un tanto la incierta permanencia de aquellos íconos de ‘hombre nuevo’, ‘nueva escuela’, ‘nueva casa’2 que los hacedores de 1959 intentaron forzar como únicos y que para 2059 alguien se estaría preguntando “¿qué fue de ellos?”.

Con tal de violar esos determinismos del poder aparecerá en el múltiple escenario identitario de hoy una chica habanera en Noruega. Ella cuelga videos en un canal de youtube. Da igual su nombre, importa que se autodenomina Azucala Latinviking y combina la venta de maní con pasos de salsa en sui generis intervenciones callejeras que protagoniza en un centro comercial del poblado de Farsund. Es allí la única cubana. Es de raza negra y en cada uno de sus videos insiste en “despertar” al barrio. Habla imaginariamente con vecinos a los que ordena irse si no les gusta el ruido de su casa. Intenta patentar el desenfreno como marca ineludible de lo cubano y convocarnos a la complicidad, a la risa. Suele gritar, bailar de modo obsceno, decir malas palabras, entender el reggaetón y la salsa como las únicas síntesis melódicas posibles para expresar su “ser cubana” como condición que apareja excepcionalidad y ruido. Sin embargo, toma las calles de su noruego pueblo de adopción con un clásico de la era republicana: “El manisero” de Moisés Simons, al que añade coreografía de acentuados giros de cadera y cintura que no parecerían acompasarse con la melodía original.

Azucala Latinviking no carece entonces de interés. Con más de diez mil seguidores en Facebook y miles de visitas a sus videos en Youtube, su gesto y proyección impactan de modo real a ese nuevo imaginario nacional reduplicado, desplazado, recreado e inestable que, revisando el pasado, va pariendo un futuro desigual y un presente  que desorienta a varios. 

Una pregunta sobre la mesa sería la de qué entienden las últimas cuatro generaciones nacidas y criadas en la isla por "cubano" y, asimismo, qué entienden los exiliados, emigrantes y descendientes de ambos grupos bajo esta misma etiqueta imaginaria. Quizá la respuesta se divida entre los catorce millones de ciudadanos cubanos que habitan el planeta. Otra vez, ese Martí inapresable que habita en cada uno de nosotros podría resumir y cerrar aquel círculo imposible.

Pero hay un personaje humorístico en la televisión de Miami que de modo lateral pareciera encerrar algunos rasgos dominantes y conciliatorios. Intenta alguna respuesta desde el choteo, el vernáculo, la hipérbole, el color, otra vez la risa y largos intervalos de tristeza. Mujer, como la isla, viste ropajes que en nada sientan a su amorfa y velluda figura que rezuma abandono, destierro, homelessness e ingenua picaresca. Su ficticio nombre importa tanto como el de Azucala Latinviking … esta vez Cuba podría llamarse Magdalena la pelúa y podría reducirse al nombre de su pueblo perdido en la isla “Bollo manso”.

Bollo manso: quietud que adjetiva al modo popular con que los cubanos llamamos al sexo femenino. He aquí un apunte de interés para otra “definición mejor”. Cuba-mujer como elemento contrario a Cuba-soldado-barbas-botas-fusil-guerra-enemigo invisible. Cuba-mansa frente a las consignas que hablan de un pueblo enérgico y viril. Cuba-sexo femenino frente a un machismo de estado que fálicamente se duplica y anuncia herencias más fálicas y dinásticas per secula seculorum.

Frente a los estancos discursivos emitidos desde la isla Magdalena, la pelúa. Cándida en su manera de contar cómo hubo de abandonar su pueblo en una balsa y cómo crecieron tanto sus pelos que se enredaron en los arrecifes y casi se ahoga en la travesía. Magdalena-campesina deslumbrada en los supermercados de Hialeah, Miami Beach, Kendall … Magdalena que aún llora por sus ochenta parientes en la isla, a quienes saluda desde la pantalla y les dice “te quiero, primo Agapito, Anastasio, Venancio, Yurismal”, cargando en esos nombres y ese saludo de niña sin tierra el dolor de los millones que habitan el sur de la Florida, California, Texas, New York, Kentucky … esos que con remesas, envíos de electrodomésticos y comestibles saludan también a sus muchos parientes en la isla.

Magdalena, heredera directa de la “guajira” Eloísa Álvarez-Guedes, quien hizo reír a más de cinco generaciones en Cuba y también de su exiliado hermano Guillermo Álvarez-Guedes, quien nos hizo reír a todos en todas partes. Magdalena en los circuitos imaginarios de la capital, la ciudad de provincia, el pueblo, el batey y el monte cubanos y también en la risa nocturna de la trabajadora de factoría en Hialeah, del estibador del puerto de Miami, de quien limpia mesas, carga maletas y sirve pastelitos en el aeropuerto de la misma ciudad. Magdalena mofándose salvaje y sin prejuicios de las cirugías plásticas que exhiben las estrellas del mundo latino con quienes interactúa y Magdalena llorando un segundo después en transiciones semiviolentas porque no tiene carro para salir del estudio de televisión o nunca pudo celebrar sus “quinces” o echa de menos a un novio que cayó del último piso de un hotel en La Habana porque era ciego y mientras caía iba alargando las vocales de su nombre.

Martí-Azúcala Latinviking-Magdalena la pelúa, tres aristas para un triángulo que no cierra ningún ángulo. Triángulo posible mas intrazable. Triángulo que inconsciente intenta contestar en geométrica disidencia a los círculos cerrados que emite el poder y sus lentas formas de estrangularnos con lazos de seda –tal y como Oriana Fallaci nos recordara que sucede en su Entrevista con la historia–.

Ese mismo poder que identifica suelo patrio con nación-revolución-bandera-himno-escudo-milicia-estoicas jornadas al sol. El círculo que cambió de una noche para otra las tradicionales y nocturnas parrandas, las entregas hedonistas a la rumba y el carnaval por las marchas de un pueblo combatiendo aún no sabe contra quién.

Cuba en todas partes sería entonces ese mismo triángulo imposible y fuera de los mapas. No puede encontrarse en las leyendas al pie. No es aquel que sugiere riqueza mineral, tampoco es siquiera esa línea delgada que, desprendida del intento triangular –desapareada ya–, pudiera devenir huso horario claramente delineado y estático. No. Cuba, en formas cartográficas y geométricas, sería acaso y no más que esas pequeñas rayitas discontinuas que aparecen anunciando trópicos y también círculos polares. Es la discontinuidad y también cuánto va al centro de los límites. Es la botella de algún alcohol impreciso que acompañara las travesías invernales de Martí en Nueva York. Es la esquina de Farsund que se estremece ante un cucurucho de maní que nadie compra mientras Azucala latina y vikinga insiste en despertarlos a su grandeza caribeña. Es lo errante mal vestido que se compensa con el vello protector de Magdalena; un vello que evoca el pueblo manso y sexual que un día la expulsara, que casi la hace perecer en el trayecto hacia la otra Cuba más norteña, más inapresable aún.

Cuba, raya discontinua, dolor y gozo, concilio imposible … Cuba en nosotros, perdidos y disueltos entre referentes opuestos. Cuba fuera de los mapas que no habrán de dibujarse. Aquellos que no muestran a la isla como balsa … A la deriva en fin, a la deriva siempre.

Acto II: Yerba prendida
(Cubanos a la deriva/Fronteras que no se besaron)
Tuvieron que pasar treinta y cinco años desde los días de Mariel hasta este noviembre de 2015 para que algunos pudiéramos regresar a aquella “Canción urgente a Nicaragua” de Silvio Rodríguez, la misma que en la infancia tarareamos sin saber a derechas qué soga con cebo era partida, cuáles las águilas dolidas, la yerba encendida, las fronteras besadas ... Treinta y cinco años para entender al fin la circularidad de los eventos y contar con los dedos y las tripas: 125.000/Mariel/1980; 35.000/Maleconazo/1994; 5.000 Panamá-Costa Rica-Nicaragua/2015… Como si esa suma tuviera validez, como si pudiera cerrarse sin volver la vista atrás y seguir rumiando: 5.109/Boca de Camarioca/1965; 14.000 (niños)/Operación Peter Pan/1960-1962 …

Como si verdaderamente esos números revelaran la cantidad total no ubicada dentro de éxodos masivos; esa que se estima debe alcanzar casi tres millones cuando se cuentan los descendientes de primera generación. Gente que en Miami, Nueva Jersey o Los Ángeles aún entiende que la única comida posible el día de “Acción de Gracias” es puerco asado con yucas, moros y tostones. Gente que en Madrid, Caracas, Buenos Aires, Ciudad de México, Toronto y hasta El Cairo (sí, El Cairo) conforma esta suma infinita. Esa yerba prendida en la que reporteros/amantes del selfie decidieron reparar antes de que acabara el 2015.

La “Canción urgente a Nicaragua” se reactivó entonces en nuestras cabezas porque el día 15 de noviembre la frontera norte de Costa Rica y sur de Nicaragua quedó cerrada para los migrantes cubanos, quienes no hacían más que seguir una tradición de más de siete años. Ellos habían estado utilizando a Ecuador como puerto doble (de destino e inicio) de una ruta que los llevaría por vía terrestre hacia los Estados Unidos. La razón para que Ecuador fuera el país “elegido” descansa en que era el único de los estados latinoamericanos que desde el 2008 no exigía visa a los ciudadanos cubanos.3 De este modo –y especialmente desde que en enero de 2013 se eliminara la restricción nacional isleña conocida como “permiso de salida”– algunos miles de cubanos habían vuelto al ruedo de la esperanza poniendo a la venta sus propiedades (entiéndase aquí desde una casa hasta una radio), para con esos recursos y deudas contraídas de antemano con parientes en cualquier rincón del mundo, poder llegar a su destino final: Estados Unidos.

Nicaragua o la inquietante rareza de esas témporas
Si bien es cierto que para el 2015 la ruta terrestre llevaba siete años en curso y Nicaragua nunca había limitado el paso de los migrantes isleños por sus fronteras, se hace pertinente la pregunta ¿por qué entonces la renuncia? El entramado que pariría una respuesta orgánica es denso, de aliento conspiratorio y obviamente lleva historias puntiagudas de norte, sur y centro.

Por una parte, estaría sin duda la necesidad del presidente Daniel Ortega de reclamar atención para su país, el cual ha estado en larga y perdida disputa con el vecino del sur por conflictos relacionados con el reclamo de territorios fronterizos. En este sentido, los casi ochocientos cubanos que decidieron el domingo 15 de noviembre de 2015 entrar a territorio nica y que salieron de allí a base de palizas y gases lacrimógenos, se autoerigieron con facilidad pasmosa en nuevo eslabón de la cortina de humo alentada por los gobiernos de ambos países para disfrazar las crisis internas que afrontan sus gobernantes y ganar popularidad ante la opinión pública. Pero esto podía haber sucedido mucho antes y no ocurrió así.

Está también el importante dato que aporta un episodio concurrente más: la desarticulación comandada por Costa Rica en los días previos al cierre nicaragüense de una red de coyotes que llevaba años sacando partido al flujo ilegal de cubanos. Dichos coyotes, extendidos por toda la ruta, son piezas clave en el recorrido de la ruta migratoria, ya que tanto la selva colombiana como los pasos por Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala son muy riesgosos sin un guía que pueda evadir las respectivas policías de migración. Policías que a su vez cobran diezmos similares a los de los propios traficantes. El modo en que la decisión del gobierno costarricense de desestructurar dicha red haya podido repercutir en la posterior decisión de Nicaragua de no dejar pasar a los cubanos –como una contribución más a la labor realizada por Costa Rica– pareció estar sobre la mesa de discusiones. Sin embargo, tampoco esto cierra el caso, no sólo porque de ser así estaría penalizando doblemente a las víctimas del tráfico sino porque se han registrado declaraciones verbales del ejército nicaragüense en las que los caribeños son calificados como “delincuentes” y “traidores” al gobierno cubano.

Las alianzas que por treintaicinco interrumpidos años ha mantenido Ortega con el gobierno de Cuba –con todo y la parálisis de relaciones diplomáticas entre 1990 y 2006– pudieron también formar parte de este entramado. De todos los territorios fronterizos que atravesaban esos migrantes desde Quito hasta Estados Unidos, sólo Nicaragua es aliado incondicional de La Habana y miembro del ALBA. La lealtad (casi deuda) de Ortega a los hermanos Castro tiene raíces en la revolución sandinista (1979).

Pero con todo y esas lógicas, la pregunta permanece y se complejiza: ¿por qué orquestar este cierre al tránsito desde La Habana cuando son hartos conocidos los dividendos casi inmediatos que las oleadas de “cruzafronteras” reportan a la economía de la isla? ¿No demuestran las estadísticas que casi inmediatamente la prioridad de estos otrora huidizos por la puerta ecuatoriana es el envío de remesas a la isla, para el bienestar material de quienes allí han quedado y en algunos casos iniciar pequeñas inversiones que les reporten un patrimonio familiar a corto o largo plazo? ¿O es que estaría el gobierno de Nicaragua en su afán de vendetta contra Costa Rica dispuesto a sacrificar los intereses de La Habana?

La Habana, madre violada, abre sus piernas
En otra canción trovadoresca, un discípulo del propio Silvio Rodríguez, narra el círculo infeliz con que La Habana pasó en medio siglo de ser madre-receptora de los productivos flujos/falos de emigrantes (“Mi padre dejó su tierra/ y cuando al Morro llegó/ La Habana le abrió sus piernas/ y por eso nací yo”) a ser madre-ruina, incapaz de acoger a nadie más (“Y los años van pasando/ y miramos con dolor/ como se va derrumbando/ cada muro de ilusión”) (“Hábaname, autor e intérprete Carlos Varela). De esa Habana (usando a la capital como metonimia de la isla) salieron entre enero del 2015 y el 31 de diciembre de 2016 alrededor de 67.000 cubanos. Y esta cifra sólo comprende a los que emprendieron su travesía hacia Estados Unidos y consiguieron ser aceptados en el país. En otras palabras, no detallamos aquí cuántos partieron con intención de establecerse en Europa, Asia, África o América Latina.

Pero nada de lo hasta aquí descrito parece encontrar eco o vestigio de luz en el discurso oficial de los gobernantes de Cuba y los medios de difusión a su servicio. Para comprobarlo, conviene leer la “Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) de la República de Cuba” emitida el 17 de noviembre del 2015 como vehículo en donde resumir su argumentación a lo que sucede en Centroamérica.4

Desde esa Habana que ahora sólo abre sus piernas si se trata de expulsar hijos indeseados, el discurso se mantiene estático, insistente en su obsesiva manera de culpabilizar al enemigo histórico; recurso con el que por más de cincuenta años ha capitalizado la piedad y simpatía internacionales y ha creado y recreado una ficción de compleja lectura para el lector/espectador/descodificador neófito. La ley de ajuste cubano firmada por Johnson en 1966 y la posterior implementación de la política “pies secos/pies mojados” instrumentada por Clinton en 1995 serían, según los componedores de realidades apoltronados en La Habana, las únicas claves necesarias para un mejor entendimiento de esta nueva crisis. En otras palabras, si los habitantes de la isla no fueran “(…) víctimas de la politización del tema migratorio por parte del Gobierno de los Estados Unidos (…) lo cual confiere a los cubanos un tratamiento diferenciado y único en todo el mundo, al admitirlos de forma inmediata y automática (…)5 las noticias que entonces nos embelesaron hubieran sido sólo las de Siria y los desmanes del ISIS.

Pero sólo para variar, algunos silencios gritan desde la recién citada “Declaración”. La productiva excusa que tanto el sempiterno embargo como los incuestionables privilegios suponen, se quiebra con un simple chasquido de dedos si vemos lo que en realidad está sucediendo en la isla. Lo que acaso ha sucedido como parte de un plan mayor y muy efectivo, desde la propia década de los sesenta, cuando muy pronto los ciudadanos de la clase media y clase media alta cubana comenzaron a abandonar el país en oleadas masivas o discretas.

Primer silencio
Más allá de la responsabilidad de las políticas migratorias de Estados Unidos hacia Cuba, habría que repensar cómo se ha beneficiado el propio gobierno en la isla de este flujo interminable de migrantes, especialmente de aquellos que en los últimos veinte años dejaron en el país de origen a esposas, padres, hijos y hermanos. Esta fragmentación de la unidad básica de toda sociedad garantiza una casi inmediata inyección de capital con el que el gobierno cubano ha conseguido garantizar la estabilidad económica de su propia familia y reciclar fondos más tarde destinados a campañas políticas nacionales e internacionales.

En el propio 2015, el Departamento de Estado norteamericano estimó que son cerca de 2.000 millones de dólares anuales los que ingresan a Cuba bajo los conceptos de remesas y viajes familiares (Agencia Martí Noticias 2015). Si entendemos, además, que sea cuál sea la circulación de la divisa, el destinatario final es el propio Estado, ya que controla los alimentos de la canasta básica y otros artículos de primera necesidad como el aseo y el acceso a las comunicaciones (telefonía por tierra o inalámbrica), entonces habría que volver a argumentar cuán inconvenientes realmente resultaron las leyes y las políticas con las que hasta el 12 de enero de 2017 el gobierno de Estados Unidos favoreció a los cubanos.6

Segundo silencio
Si bien tanto la ley de ajuste como la política de pies secos/pies mojados, respondían en el primer caso a un caduco principio de la Guerra Fría y en el segundo a un intento de frenar el masivo éxodo en balsas de 1994, ambas admiten una segunda motivación de la cual el gobierno de La Habana renuncia a hablar: la histórica pérdida de los derechos de propiedad y de ciudadanía al abandonar el país (se le adjudica al migrante la etiqueta de “desertor” –con una extensión y límites que cambiaron en 2013, pero que aún siguen vigentes–) y la no aceptación por parte del gobierno cubano de sujetos deportados desde los Estados Unidos.

Al ahondar en estos dos últimos elementos, hemos de referir a las leyes que hasta 2013 establecían que todo ciudadano cubano que realizara un viaje con carácter no oficial al exterior tenía un permiso de estancia en el extranjero no mayor a los once meses y un día. Si pasado dicho límite el ciudadano no reingresaba al país, de inmediato sus propiedades eran confiscadas y sus documentos de ciudadanía quedaban invalidados. Dicha ley estuvo vigente hasta enero de 2013, cuando a fuerza de presión internacional7 y en un amago desesperado de ingresar más divisas al país por este concepto no expreso de “migrantes (jornaleros) temporales”, el gobierno decidió prorrogar el límite de estadía en el extranjero de once a veinticuatro meses.

Este es el número de meses que sólo casualmente coinciden con el tiempo de espera que necesita un nacional cubano para, según la cruel ley de ajuste, permanecer en los Estados Unidos y pasados un año y un día solicitar su tarjeta de residente. El periodo total de este proceso suele tomar entre dieciocho y veinticuatro meses, exactamente el límite de tiempo para permanecer en el extranjero a partir de 2013. En cuanto a la negativa de Cuba de recibir a nacionales deportados por delitos cometidos en los Estados Unidos y quedar aquellos en un limbo migratorio al que el gobierno americano no podía responder con la expulsión a un tercer país, cobraba sentido parcial que si los cubanos eran interceptados en alta mar y no podían acogerse a la política “pies secos/pies mojados” fueran devueltos a su país natal.

Tercer silencio
El investigador Soren Triff, en un iluminado artículo publicado el mismo día que la “Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) de la República de Cuba” (17 de noviembre del 2015), intentó aclarar al menos tres aspectos no bien enfocados por la prensa al abordar este éxodo que rebautizó como “migración forzosa”. La tesis de la que Triff parte tiene aristas varias, pero un solo objetivo: desplazar responsabilidades. Frente al monoteísta discurso (odiar a los Estados Unidos es la única religión que los Castro han profesado sin cambiarse la casaca) que responsabiliza a los vecinos imperialistas por aquel desafortunado momentum de los cubanos, Soren Triff introduce varios niveles de complejidad para ese signo de apariencia no arbitraria. Dice: “En Cuba el régimen está creando una migración forzosa, no un éxodo; es una expulsión de la capa social media, no una huida; y es una crisis humanitaria, no una migración de carácter político o económico” (s/p).

Para quienes puedan tener acceso a los documentos que recogen la memoria de la llamada crisis de Mariel en 1980, será muy fácil entender que no es la primera vez que el gobierno cubano recurre a este mecanismo cuando un grupo de sujetos le resulta incómodo para conseguir su sumisión. Por entonces lo financiaba la extinta URSS y deshacerse de ciudadanos inconformes y no productivos en la economía política de la Guerra Fría era un desmán prepotente más, un clásico recurso dictatorial para cobrar diezmos ideológicos tanto a los financiadores soviéticos como a los fieles de las izquierdas latinoamericanas y europeas que seguían sublimando sus frustraciones políticas a través de la resistencia cubana. Ganancias había, inmediatas y a largo plazo, pero en todo caso se podían permitir los demiurgos de La Habana hasta un margen de error: el pan negro y el petróleo canjeado por azúcar no harían falta en sus mesas y sus arcas.

Treintaicinco años después, y perdida toda esperanza de seguir chupando para las próximas décadas del cuello con sabor a petróleo venezolano, esta expulsión se fabrica con mayor tacto y se le reviste con cuello y corbata, así como cambió Raúl Castro el eterno traje militar por el de un líder del mundo civilizado, ese que reemplaza pistolas por guantes blancos.

Para Triff la trama es un reciclaje de viejos mecanismos de control y ganancia: “Como en los genocidios, son migraciones creadas artificialmente por un líder que hace cálculos racionales, sobre riesgos y beneficios, que resultan en la expulsión de grupos humanos a otros países democráticos para obtener beneficios variados” (s/p).

Deriva incesante
Han pasado al menos dieciochos meses desde que Nicaragua cerrara sus fronteras. Desde entonces hemos asistido (desde los reportes periodísticos) a una junta del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) en El Salvador el 24 de noviembre de 20158 y también a una declaración oficial del gobierno de Guatemala en donde quedó establecida la intención de no dejar pasar los migrantes por sus fronteras, aunque días más tarde cambió el matiz de esa misma declaración exigiendo el cumplimiento de dos condiciones: la emisión por parte de México de un documento en donde garantizara que sí recibiría a los migrantes, y que alguien se haría cargo de transportar a aquellos migrantes hasta sus fronteras. Días después Belice también dejaba claro su no compromiso de acogerlos de manera transitoria.

Todo sucedía paralelamente.

Al día de hoy, y a pesar de que a lo largo del 2016 cerca de 36.324 cubanos consiguieron llegar a las fronteras norteamericanas y ser admitidos bajo la categoría de “miedo comprobado” (credible fear), según reporte de la United States Citizenship and Immigration Services (USCIS)9, con las disposiciones del 12 de enero de 2017 decenas de nacionales de la mayor de las Antillas permanecen varados en Brasil, Guyana, Panamá, Costa Rica o México. Se habla de detenidos en Colombia; de cientos paralizados en Ecuador, de donde planeaban salir cuando el cierre de las fronteras primero y el fin de la política pies secos/pies mojados después, les cerró el paso. Todos gritan ¡Libertad! Y es un grito que nunca antes había resonado en sus gargantas.

Y es que Cuba es una suerte de sueño silente, un país que alguien se inventó alguna vez en forma de isla para irse a colorear la voz con el reclamo de derechos civiles (gritos de libertad) siempre en otra parte: albergues en Costa Rica o desfiles interminables en la Calle 8 de Miami. O quizá es una balsa, un ciudadano atrapado sin pasaporte legible contra la tapia de una frontera cerrada o una familia imaginando un país en torno a un lechón asado mientras el concilio nacional, el paisaje que extrañado los acoge, corta pavos y degusta boniatos demasiado naranjas para ser ciertos.

Otra vez: toda definición parece imposible. Lo cierto es que es ya febrero de 2017 y en diversos puntos de la geografía latinoamericana miles de personas sin país al que volver (han vendido sus casas y sus radios) duermen amontonadas como cuerpos que alguien desechara con saña en la fosa común. Están a punto de ser integrados al polvo. Son ya yerba quemada.

Acto III: Una canción matutina y funeraria
Cuba qué linda es Cuba (1981-1989)
Crecimos a coro con una tonada de Carlos Puebla que se extendía en elogios para la isla, que tenía un estribillo dulce: “Cuba, qué linda es Cuba/ quien la defiende la quiere más/ qué linda es Cuba…” Sin embargo, con todo y la ternura infantil que asomaba en nuestras caras matutinas, a algunos se nos hacía muy disonante cuán pronto aparecía el espíritu bélico que a ratos llenaba de terror nuestra singular infancia. Esa convocatoria a defender la amada isla hacía saltar el resorte memorioso de las sirenas a deshora, simulacro tras simulacro, siempre preparándonos para la “lucha de todo el pueblo contra el imperialismo yanqui”. Esa invasión mercenaria que volvería a amenazarnos, acaso destruir nuestra soberanía... Porque si bien era cierto que Bahía de Cochinos había sido un rotundo fracaso y había servido para declarar el carácter socialista y antimperialista de nuestra revolución, no había garantías, en cualquier momento nos podrían atacar otra vez. Si queríamos a la patria de cielo más azul, habría que estar listo a defenderla.

Pero en la dramaturgia interna de la canción se presentaba también el referente omnipresente de compañía, el garante del éxito: Fidel. Mezclado, quizá jugando a las escondidas tras símbolos de indiscutible excepcionalidad global, aparecía el padre maduro y aguerrido de todos los pioneros, abrazándonos desde lo alto de la montaña que vibraba con su presencia y envuelto en la bandera de la estrella solitaria –la de Martí, la de Byrne, la de todos los cubanos que amaban su cielo azulísimo, su caña de azúcar–:

Oye, tú que dices que tu patria no es tan linda … 

Oye, tú que dices que lo tuyo no es tan bello …
yo te invito a que busques por el mundo, 

otro cielo tan azul como tu cielo.
Una luna tan brillante como aquella, 

que se infiltra en la dulzura de la caña. 

Un Fidel que vibra en la montaña. 

Un rubí cinco franjas y una estrella.10

Quién la defiende la quiere más (2006-)
En la calurosa tarde-noche del 31 de julio de 2006 estoy regresando a casa en un autobús que transita la ruta de Times Square a West New York. Me he exiliado en los Estados Unidos por dos razones igualmente importantes: me he enamorado y tengo veintinueve años.

La primera razón responde a unas lógicas de desplazamiento del cuerpo que ama que no tendría que estar asociado a instancias políticas si no fuera porque lo está. Es decir: mi amante es también una exiliada cubana a quien sus padres sacaron de Cuba en plan emergente en 1965 (para no volver hasta que exista un nuevo orden o hasta nunca) y además Cuba (el país en donde ambas nacimos y yo he vivido desde 1976 hasta 2006) pertenece a ese hemisferio simbólicamente conocido como “sur”, desde donde solemos los pobres desplazarnos a ese otro conocido como “norte” porque así invitan sus despliegues de prosperidad económica y progreso social.

La segunda razón no se presta a elusión posible. Mientras aún vivía en Cuba, me llamaron de la oficina de la decana de la universidad en la que trabajaba para dejarme saber que ya tenía veintinueve años, que en julio cumplía treinta y esto marcaría el límite de mi “no membresía/no explícita filiación” al Partido Comunista de Cuba (PCC). Si quería seguir yendo a esos congresos en el extranjero, si insistía en que se me autorizara esa maestría en territorio allende la ínsula, era la hora de mostrar con claridad mi compromiso político. Mi apoyo a la revolución y su comandante: Fidel.

Es verano de 2006 y estoy en el autobús neoyorkino, yendo a casa, llevo cinco meses en USA y me llama una amiga, también exiliada en Puerto Rico desde niña desde finales de los sesenta. Me llama y dice, conteniendo su euforia: Fidel ha dejado el poder, está muy enfermo, este es el fin.

Llego a casa, ponemos CNN en español y en inglés. Miami baila en el Versailles, nosotras en West New York, los cubanos de Union City, North Bergen, Manhattan, se apiñan en una placita cerca de la mítica (para nosotros) Avenida de Bergenline y la calle que han conseguido los exiliados de la primera oleada (1959-1970) bautizar con el nombre de Celia Cruz. Este es el fin, repiten. Nuestra hora ya viene llegando, corean.11 Y yo lo creo. Y celebro mi suerte. La imposición del regente gobierno de Bush a los ciudadanos cubanos (una visita a la isla cada tres años y un límite de 900 dólares de remesas al año para los familiares directos) serán pronto obsoletas. No tengo dinero para regresar a cuidar de los míos, pero lo tendré. Y lo mismo pienso sobre las remesas.

Acabo de llegar a USA y aún no sé que mi problema mayor para regresar no será el gobierno de Bush sino el de los Castro Brothers que me penalizarán por seis años y al que tendré que escribir alguna carta diciendo básicamente que no manejo información confidencial y no adeudo nada a las arcas del gobierno (es decir, a su alcancía personal). Aún no sé que morirá mi madre de crianza sin que yo pueda abrazarla y que a ese gobierno de sucesiones monárquicas no le importará.

Es 2006 y el más visible de los Castro, el más “enérgico y viril”, ha muerto políticamente hablando, pero no. Mi amante no regresará a presenciar cómo Pánfilo, el borrachito de la esquina, que dice que tiene hambre y que no cree en esta transición simbólica –como no se puede creer en algo que esté tan profundamente marcado por el inmovilismo– termina en la cárcel. Él tiene hambre y nosotros también. Un hambre marcada por la desesperanza que solo esa muerte, el fin de la vibración en la montaña, pudiera ligeramente saciar. Pero no.

Y un Fidel que (ya no) vibra en la montaña (medianoche del 25/26 de noviembre de 2016)
Hemos comido opíparamente como corresponde en el día de Acción de Gracias y el que viene después. En cierto momento de la cena que no hacemos con pavo sino con cerdo y en donde nos hemos reunido unos diecisiete cubanos en Houston, nos tomamos las manos y damos gracias por la comida, las metas cumplidas, los sueños aún pendientes y a pesar del pesimismo por la reciente victoria electoral de un candidato que a casi todos los presentes nos atemoriza, no dejamos que ese sentimiento nuble la celebración. Es entonces que mencionamos a Cuba. Pedimos que la protejan los dioses, que no sufra más. Que los nuestros en la isla puedan disfrutar alguna vez de una cena tan abundante como esta que ahora mismo nos invita. Para no pensar en Trump, pensamos en el triste destino de Cuba. Damos una vuelta en círculo: de la tristeza a lo más triste, pero aun así, tragamos en seco y devoramos en nombre de quienes no devoran.

Al día siguiente, casi a medianoche, vemos una película sobre la transformación urbanística de Ámsterdam en el siglo XIX y la migración de judíos mineros a los Estados Unidos. Suena el teléfono y es mi madre. Me echo a temblar. A esta hora solo puede ser algo grave, pienso y en pleno pavor atiendo: ha muerto Fidel, me dice, lo acaba de decir el noticiero. Estoy temblando. Yo, transformo mi salto en el estómago en carcajada. ¿Estás segura? Insisto y ella repite: lo ha dicho el noticiero. No tiembles, espeto de vuelta: Celebra. Celebra. Celebra.

Miro a mi amante que ya está en guardia a mi costado; pero aun así no se le mueve un músculo de la cara: no pongas nada en facebook hasta comprobarlo, ordena. Voy a mirar las páginas de CNN, la tranquilizo. Pero no hace falta. No más entrar a mi página de noticias, ya un buen número de amigos y colegas ha comenzado la fiesta. Dudan. Se ríen. Celebran. Descorchan botellas guardadas largamente para la ocasión. Se esperanzan con esta nada que bien saben que vendrá. Pero para regatearles y boicotearles la esperanza a los cubanos hemos tenido un gobierno atento por cincuentaisiete años. Esta noche no. Hoy no. Nuestro poder de regeneración, de resiliencia, es inmejorable.

Otro cielo tan azul (y más) como mi cielo (1989-2006)
Tuvo que caer Berlín y su odioso muro en 1989. La Unión Soviética y su nefasta colonización política de la Europa Oriental en 1991. Y pasar mi generación y la anterior y la sucesiva un hambre física inenarrable en los centros de educación con plan de internados y financiados por el gobierno cubano (todos). Y las mujeres asistir a la alcoholización paulatina de sus maridos. Y que los índices de suicidio (secreto de estado) se dispararan a cifras nunca antes experimentadas a lo largo del siglo XX y el naciente XXI para que entendiéramos algunos de nosotros qué precio exacto habíamos pagado por la belleza de esa Cuba cerrada a su quizá positivista destino de “llave del Golfo”, puerto de obligatorio tránsito para los marineros y comerciantes del nuevo mundo, “perla de las Antillas” que nada sabe de sí, más allá de lo que por treinta consecutivos años (hasta el primer quiebre de 1989) le contaron tanto los Castro en el poder como sus antagonistas de Miami.

Tuvieron que elegir miles de balseros entre la muerte por inanición o aquella posible entre las fauces de los tiburones para que algunos de nosotros comenzáramos a apreciar el azul intenso y nada desdeñable de otros cielos. Para que iniciáramos ese camino en donde resulta sano olvidar a Cuba como destino mientras cocemos unas batatas dulces para la fiesta de “Acción de Gracias” y las hacemos boniatillo con coco dulce. Esa hibridez productiva y provechosa ha sido larga y duele en el pecho y las articulaciones, pero ahí vamos. Es la cara de mi amante esta mañana diciéndome, reafirmándome: no siento nada. Está muerto y no siento nada.

Es mi cara bajo el cielo de Madrid cuando por primera vez hice un viaje fuera de la frontera insular en el año 2001 y el azul de Velázquez se me aposentó dentro para saber que mi destino personal no podría estar ya diseñado en la imaginación de un señor vestido con botas y traje militar. Que su vibración no era la mía.

La dulzura de la caña (mi escritorio en Houston ahora mismo)
La muerte de Fidel no trae ya esperanza de renovación, más allá de los muy lentos y convenientes pasos (esos de harto aliento y carácter de autoservicio) que ha dado el regente gobierno de su hermano Raúl y sucesores (hijos y sobrinos que sospechamos moviendo las cuerdas de a poco). La reciente visita de Obama, su impulso desestructurador de la retórica enquistada del bloqueo y sus pasos concretos para eliminarla, empoderando así a la población civil y potenciando una transición pacífica al día de hoy no han dado resultados. Y así se han encargado de hacerlo saber desde La Habana.

El modo en que se sigue capitalizando el discurso de resistencia frente a un enemigo fantasmagórico no es asunto desdeñable. Y el discurso de Obama en La Habana solo puede leerse como lo que fue: una representación teatral que como saldo positivo legitimó frente al mundo la grandeza del exilio cubano. Sí, ese que ha demonizado al actual presidente y que en números diezmados, pero aún impactantes, votó por el candidato republicano. Candidato que promete retroceso en las políticas hacia Cuba. Es decir, candidato que de tan contento que puso a los Castro, hizo morir al más emblemático de ellos. Si la política de embargo está garantizada para los próximos cuatro años, ya Fidel podría morir en paz. Y eso hizo.

La imagen que hizo temblar a mi madre anoche es la de Raúl desde un despacho que tiene exactamente el mismo decorado de 1985 cuando una de mis amigas fue seleccionada en su escuela para ir a tomarse una foto junto al entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y su ahora fallecida esposa (Vilma Espín), presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Nada ha cambiado en términos de simbología del poder. Su discurso. Su performance. La demagogia verbal que aún sin impactos de credibilidad más allá de un reducido grupo, garantiza la extensión del status quo.

Pero yo he dicho a mi madre tres veces: celebra, celebra, celebra… porque ningún gesto personal será a largo plazo estéril. Porque la dulzura de la caña es este ron que ahora mismo degusto desde mi escritorio en Houston desde donde no me pienso mover más que para recorrer los países que tengo en la lista de pendientes para el futuro cercano. Porque sus largos, acaso eternos años de inmovilidad, no coactaron el perpetuum mobile que es este cuerpo mío que sabe ya de otras montañas, otras intensidades de azul, otras lunas…

Pero no banalizo. No olvido. Casi once millones de isleños no pudieron dar el salto. Y hoy mismo, mientras escribo y degusto ron de cañas, se preguntan entre visillos qué será de ellos. Saben la respuesta, pero igual preguntan.

Mal viaje, Fidel, tu legado será ominoso, como tú. Como tus diez años finales, esos en los que te vimos envejecer y delirar públicamente. No fuiste a juicio sumario como debió ser, pero pagaste de otro modo por tanto muerto innecesario, por tanta madre empastillada noche tras noche mientras a su hijo lo torturaban en la cárcel o se tiraba él mismo al mar para escapar de ti. No fuiste a juicio sumario tal y como lo entendemos, pero te vimos apagarte de a poco, bajado ya de la montaña, sin heroísmos, sin gritos de odio a tu propio pueblo (¡No los queremos, no los necesitamos! ¿te acuerdas?12). No te mató una bala, no pudiste equipararte con la luz infiltrada de la luna entre las cañas, ni el rubí, ni las cinco franjas, ni la estrella solitaria.

Mal viaje, Fidel. Te garantizo que no eres tú quien vibra ya en la montaña sino ese guajirito descalzo que nos prometiste no veríamos más. Por él y por tus muchos muertos, reales y simbólicos, repito a mi madre: celebra, celebra, celebra y mi canción matutina no te menciona.

Obras citadas
Agencia Martí Noticias. (2015). “¿Podría la economía cubana sobrevivir sin las remesas desde Estados Unidos?” (25 julio 2015) http://www.martinoticias.com/a/podria-la-economia-cubana-sobrevivr-sin-las-remesas-desde-estados-unidos/99711.html

Chirino, Willy. (1991) “Nuestro día (ya viene llegando)”. CD Oxígeno, Sony Discos.

Fallaci, Oriana. (2013). Entrevista con la historia. Buenos Aires: El Ateneo.

Triff, Soren. (2015) “Tres aclaraciones sobre la migración forzosa de los cubanos”. Diario de Cuba (17 noviembre 2015). http://www.diariodecuba.com/cuba/1447792255_18201.html

Notas
1 Rapsodia para el mulo, toma su título de un poema homónimo de Lezama Lima, es una obra creada y dirigida por Nelda Castillo y estrenada en la Habana en el 2012 por el grupo teatral “El ciervo encantado”.

2 Estos conceptos de ‘hombre nuevo’, ‘nueva escuela’ y ‘nueva casa’, son reiteraciones que se encuentran indistintamente en la obra poética y musical del movimiento conocido como “Nueva Trova” y que esencialmente juegan con la propuesta de hombre revolucionario que Ernesto Guevara estableciera en El socialismo y el hombre nuevo. México, Siglo XXI Editores, 1977.

3
 A propósito y como resultado de esa crisis migratoria, Ecuador comenzó a exigir visa a los ciudadanos cubanos a partir del 1 de diciembre de 2015.

4
Ver documento completo en http://www.granma.cu/cuba/2015-11-17/declaracion-del-ministerio-de-relaciones-exteriores-minrex-de-la-republica-de-cuba.

5
Tomado de documento citado en Nota 4.

6
En la fecha citada y exactamente una semana antes de abandonar el poder, Barack Obama decide eliminar la conocida política de “Pies secos/Pies mojados” implementada por Bill Clinton en 1994 como estrategia de control frente a la crisis conocida como “El Maleconazo” o los “Balseros”. Como efecto de esa política se paralizó de manera inmediata el flujo de migrantes terrestres y marítimos desde Centro América y Cuba, respectivamente, hacia los Estados Unidos.

7
Estudiar el caso Yoani Sánchez y la cantidad de veces que se le impidió viajar al extranjero antes de que se aboliera el permiso de salida.

8
A esta reunión fueron invitados los cancilleres de Ecuador, Colombia y México. Allí Nicaragua reiteró su negativa al paso de los cubanos por su territorio nacional y el resto de los países rehusaron dar una respuesta definitiva que encontrara soluciones inmediatas a la crisis.

9
Datos oficiales tomados de la página de USCIS https://www.uscis.gov/sites/default/files/USCIS/Outreach/Upcoming%20National%20Engagements/CredibleFearReasonableFearStatisticsNationalityReports.pdf

10
Fragmento tomado de la canción “Cuba qué linda es Cuba” del cantante y compositor cubano Carlos Puebla.

11
“Nuestra hora ya viene llegando” es una referencia exacta a la canción “Nuestro día (ya viene llegando)” escrita y publicada por el cantautor cubano Willy Chirino, exiliado en Miami desde la década de 1960.

12
Refiero aquí al discurso pronunciado por Fidel Castro el 1 de Mayo de 1980, luego de que se desatara la crisis migratoria conocida como Mariel en la que cerca de 125.000 cubanos abandonaron la isla por el puerto del mismo nombre. En dicho discurso Castro no solo asesinaba moralmente a estos sujetos desertores sino que insistía en que no eran necesarios, útiles o queribles en la nueva nación. Discurso disponible aquí: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1980/esp/f010580e.html