Espacios de rememoración transgeneracionales y transnacionales: los hijos de detenidos-desaparecidos en el cine documental mexicano y argentino

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Ute Seydel
Universidad Nacional Autónoma de México

 


El debate que tras el fin de la dictadura se ha venido desarrollando en Argentina acerca de las políticas de la memoria, la justicia, el perdón y el olvido, ha sido significativo para que, en el nuevo milenio, los grupos de derechos humanos en México impulsaran el debate acerca de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante la llamada “guerra sucia” (1969-1982) y lograran, así, obtener mayor visibilidad en el espacio público mexicano. En ambos países, desde fines del siglo XX, los hijos de los desaparecidos se han unido a la lucha de sus abuelas por la justicia y verdad y tratan de construir una imagen de sus padres. En el presente artículo se abordará la creación de un espacio de rememoración transnacional y la constitución de una memoria transgeneracional. Concretamente, se analizará la historia de búsqueda identitaria y la representación del proceso de reconstrucción de los lazos familiares rotos por la represión estatal en los largometrajes documentales (h) historias cotidianas, de Andrés Habegger (2000), y Trazando Aleida, de Christiane Burkhard (2007).*




El debate que tras el fin de la dictadura en 1983 se ha venido desarrollando en Argentina acerca de las políticas de la memoria, la justicia, el perdón y el olvido, sin duda ha sido significativo para que, en el nuevo milenio, los grupos de derechos humanos impulsaran en México con un renovado brío el debate acerca de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron en este país durante la llamada guerra sucia (1969-1982).1 A diferencia de Argentina y otros países latinoamericanos, en los que se habla de terrorismo de Estado cuando se hace referencia a los crímenes de lesa humanidad cometidos bajo regímenes militares, en México, hasta la fecha, tanto los organismos gubernamentales como los investigadores  y las agrupaciones de derechos humanos, suelen servirse mayormente del concepto de “guerra sucia” para referirse a la represión estatal contra los integrantes de los movimientos sociales y guerrilleros, ya sea urbanos o campesinos (cf. López de la Torre; Rangel Lozano y Sánchez Serrano 495). Cuando se estudian los operativos de contrainsurgencia en el estado de Guerrero -también aludidos por la noción “guerra de baja intensidad” (Oikión Solano 75)–, en cuyo marco se desarticuló la guerrilla campesina de Lucio Cabañas y sus bases sociales, se asesinó, torturó y desapareció de forma indiscriminada a guerrilleros, sus familiares y otros habitantes de la zona en la que había operado la guerrilla. Cabe precisar además que, a diferencia de Argentina, donde la junta militar fue sustituida por un gobierno democrático de civiles, en México, hasta el año 2000 seguía gobernando el Partido Revolucionario Institucional del que habían emanado los presidentes y políticos responsables de la represión del movimiento estudiantil de 1968 y de la manifestación de estudiantes el jueves de Corpus en 1971, así como de la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones de los integrantes de las diversas agrupaciones de la guerrilla urbana y campesina. Durante décadas se dificultó el acceso a la información acerca de la responsabilidad compartida de militares –Mario Arturo Acosta Chaparro y Francisco Quiros Hermosillo, entre otros– , de Miguel Nazar Haro, Director de 1978 a 1982 de la ahora extinta Dirección Federal de Seguridad y jefe de la temida organización paramilitar Brigada Blanca (1976-1983), así como de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), José López Portillo (1976-1982) y Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988).

En comparación con las décadas de 1970 y 1980, a partir del cambio de siglo, las diversas organizaciones mexicanas de derechos humanos han logrado otorgar mayor visibilidad a la memoria en torno a los crímenes de lesa humanidad. La constitución de un espacio de rememoración transnacional acerca de los allanamientos de casas, las detenciones, la desaparición forzada y la tortura al margen del Estado de derecho, así como acerca del destino de los hijos de los detenidos-desaparecidos, cristalizó, entre otros, en la creación en 2000 de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.) en México, organización que desde su creación en 1995 en Argentina ha proliferado en diversos países. Además, lo emblemático del caso argentino para el de México se vio reflejado en la respuesta que el gobierno de Vicente Fox Quesada dio a las demandas de la sociedad civil al instalar, en noviembre de 2001, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) para que ésta investigara los crímenes mencionados. Con la creación de dicha Fiscalía, el presidente del Partido Acción Nacional se propuso emular las acciones de los gobiernos de transición a la democracia argentino y chileno, que habían creado comisiones de la verdad entre 1983 y 1990, respectivamente.2

Por otro lado, en Argentina desde finales del siglo XX, en ambos países los hijos de los desaparecidos se han unido a la lucha de sus abuelas por la justicia y la verdad. Han establecido nexos sociales más allá de los sanguíneos, dado que para la construcción de una imagen acerca de sus progenitores no bastan sus propios recuerdos; al contrario, para construirla son indispensables los testimonios y relatos no sólo de familiares sino también de compañeros de lucha. Este hecho marca, con respecto a las décadas de 1970 y 1980, una nueva fase en lo que atañe a la cultura de rememoración. A partir de la década de 1990, la articulación de los relatos acerca de la experiencia concentracionaria, así como el discurso público de la denuncia que ha venido exigiendo el esclarecimiento de los crímenes de Estado, la impartición de justicia y el castigo de los culpables, se ha ido completando por un discurso más íntimo, pues los sobrevivientes de la violencia de Estado empezaron a narrar a los hijos de los detenidos-desaparecidos detalles sobre su amistad y compañerismo con los padres de éstos últimos. Se caracteriza también por un renovado interés en las circunstancias que habían dado origen a los grupos de izquierda que, ya sea por la vía pacífica o tomando las armas, se habían propuesto cambiar las estructuras políticas, económicas y sociales de sus respectivos países y construir una sociedad más justa e igualitaria.

Los largometrajes documentales (h)historias cotidianas, de Andrés Habegger (2000), y Trazando Aleida, de Christiane Burkhard (2007), que se analizarán en el presente artículo, se centran en la búsqueda de identidad de los hijos cuyos padres fueron detenidos, desaparecidos y asesinados en el marco de los operativos de contrainsurgencia en Argentina y México, respectivamente. Abordan asimismo sus intentos de armar el rompecabezas acerca de la vida e identidad de sus padres, así como su propósito de reconstruir los lazos familiares, rotos por la violencia de Estado. Por el contrario, no proporcionan detalles sobre el secuestro y la tortura, experiencias que, a su vez, han sido consignadas en los relatos de los sobrevivientes de los centros de detención clandestinos y que han sido representadas en el cine de ficción y en el documental, así como en textos literarios testimoniales y ficcionales, en diarios, entrevistas, etcétera.3

El análisis de las dos películas antes mencionadas se enfocará, en primer lugar, en la articulación de las emociones encontradas y el trauma de los hijos; en segundo lugar, se abordarán las acciones que los hijos de los desaparecidos han emprendido en el espacio público para impedir la amnesia colectiva y exigir justicia y castigo; en tercer lugar, se explorará el proceso de construcción de la imagen de los padres y las características de la constitución de la memoria transgeneracional; en cuarto lugar, se estudiarán las diversas funciones que tiene la inserción en las cintas documentales de fotografías que provienen de los expedientes policiacos, por un lado, y de álbumes de familia, por otro; por último, se indagará en el vínculo entre procesos de rememoración, por una parte, y lugares y espacios por los que transitan los entrevistados, por otra.

Para el análisis de los largometrajes documentales mencionados, parto del supuesto de que el cine documental, al igual que otras representaciones simbólicas, puede servir como medio para la construcción de la memoria cultural.4 El cine documental que aborda historias individuales situadas en una coyuntura socio-política determinada –en el caso que aquí nos ocupa, el de los hijos de los detenidos-desaparecidos– posibilita que las experiencias individuales allí relatadas puedan ser ampliamente compartidas, ya sea entre personas que pasaron por vivencias similares o con interlocutores ajenos a éstas. Aporta así a la construcción de la memoria cultural junto con textos literarios, el cine de ficción y otras representaciones simbólicas que se sirven tanto de medios que circulan a nivel local, regional, nacional o transnacional como de medios de almacenamiento.5 Se trata, entonces, de artefactos y soportes que construyen la memoria colectiva de forma continua y trascienden el marco de la memoria comunicativa, anclada en la comunicación cotidiana de un grupo y que se manifiesta de forma espontánea en el discurso oral (Welzer 14-15). Además, proporcionan marcos de referencia y de interpretación a los individuos que han sufrido experiencias similares, así como esquemas de narración (Erll “Odysseus” 126). El conjunto de representaciones simbólicas producidas en un momento dado constituye los marcos mediáticos que forman parte de los marcos sociales siempre cambiantes a los que se refirió Maurice Halbwachs en sus estudios sobre la importancia de los espacios y el entorno (milieu de mémoire) para que una colectividad rememore allí experiencias compartidas (cf. Halbwachs Cadres 211 y Mémoire 93). Con respecto a los discursos de rememoración en torno a la experiencia autoritaria en México y Argentina podría invertirse la célebre frase de Pierre Nora “il y a des lieux de mémoire parce qu’il n’y a plus de milieux de mémoire” (Nora XVII) para afirmar: il y a des milieux de mémoire parce qu’il n’ y a pas encore des lieux de mémoire. Las colectividades de la memoria (collectivités-mémoire) que, según Nora, habían perdido su razón de ser en las sociedades contemporáneas (cf. Nora XVIII)6 han adquirido una renovada actualidad en el contexto de regímenes autoritarios y en el periodo de la transición a la democracia. En este tipo de coyuntura, la familia constituye el núcleo de la resistencia. Así, por ejemplo, en México, los familiares de los guerrilleros que pertenecían a las diversas agrupaciones de guerrilla urbana conformaban su base social.7 Por otro lado, en plena guerra sucia en México, así como durante la dictadura militar en Argentina, las mujeres, en tanto que madres de los detenidos-desaparecidos y abuelas de los nietos secuestrados y dados en adopción de forma irregular mantuvieron vivo el recuerdo en torno a sus seres queridos. Esto es, del seno de la familia surgieron los primeros actores sociales que exigieron la presentación con vida de los detenidos de los que no se conocía su paradero. Tras la prohibición de los sindicatos en Argentina,8 sobre todo las madres articulaban al interior del país un discurso que desafió a los militares. Su reclamo se basó en un contrato generacional y en el derecho que les correspondía como madres de saber qué pasó con sus hijos y otros familiares (cf. Amado 145-154 y Jelin 22-25 y 32-34).

En los regímenes autoritarios y en el periodo de transición a la democracia, en el que las políticas frecuentemente están encaminadas hacia un olvido institucionalizado y hacia la impunidad de los perpetradores de la violencia de Estado, cobra particular importancia la familia en tanto que colectividad de remembranzas compartidas que en un entorno determinado rememora a las víctimas y las propias historias relacionadas con la represión. Esto se debe a que no existen las condiciones para articular en el espacio público discursos de rememoración acerca de las víctimas de la represión. En dicha colectividad de remembranza que se encuentra en un entorno determinado –el milieu de mémoire al que se refirió Halbwachs– participan usualmente también ex compañeros de lucha para intercambiar relatos en los que se rememoran la vida en la clandestinidad, la persecución y las vejaciones sufridas. En este periodo en el que la memoria viva se articula, por el contrario, son escasos los lugares de memoria funcionales y simbólicos, así como los lugares de memoria monumentales (por ejemplo, monumentos, recintos conmemorativos o museos).9

Los lugares de memoria surgen, por un lado, cuando la memoria en torno a la violencia de Estado se empieza a institucionalizar y, por otro, cuando la sociedad civil se atreve a articular discursos de rememoración que entran en conflicto con el discurso oficial para así dar cuenta de una contramemoria y subrayar que existen, por un lado, memorias de conflictos y, por otro, conflictos de la memoria (cf. Burke 107). Burke sostiene en lo que atañe al espacio de rememoración heterogéneo: “Given the multiplicity of social identities, and the coexistence of rival memories, alternative memories (family memories, local memories, class memories, national memories, and so on), it is surely more fruitful to think in pluralistic terms about the uses of memories to different social groups, who may well have different views about what is significant…” (Burke 107). Los espacios de rememoración se producen a partir de procesos de remembranza institucionales, individuales y de un grupo unido por experiencias, identificaciones e identidades sociales; estos procesos pueden ser contradictorios y son reflejo de diversas formas de rememorar el pasado que compiten por convertirse en la memoria hegemónica. Así, por ejemplo, mientras que organismos de derechos humanos así como familiares y ex guerrilleros reivindican en México la memoria acerca de las víctimas de la violencia de Estado, amplios sectores de la clase media han rechazado la violencia de la guerrilla, particularmente en las grandes ciudades donde ésta había recurrido a secuestros, asaltos y extorsiones para financiar su lucha. Por este motivo, dichos sectores no están de acuerdo con representaciones que conmemoran o incluso enaltecen a los guerrilleros. Tampoco han recibido con beneplácito las acciones de H.I.J.O.S., entre otros, la rebautización de calles con los nombres de guerrilleros desaparecidos.

 El paulatino proceso de “institucionalización de la memoria” en torno a la violencia de Estado se empezó a plasmar en México en 2007, cuando se inauguró el Memorial del 68. En octubre de 2008, a 40 años de la represión del movimiento estudiantil, se realizaron allí actos conmemorativos. Cinco años más tarde, en 2012, el saliente Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, inauguró la Casa de la Memoria Indómita en el centro histórico de la Ciudad de México. Los dos recintos mencionados se abrieron al público bajo los gobiernos perredistas capitalinos, el primero en colaboración con el Comité 68 y otros ex líderes y ex integrantes del movimiento estudiantil, y el segundo bajo la curaduría del Comité Eureka e H.I.J.O.S.-México. Al contrario, en Argentina, a partir del gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), hubo políticas gubernamentales que propiciaron la institucionalización a nivel nacional de la memoria en torno a la violencia de Estado; esto es, en el país rioplatense la institucionalización de la memoria no es únicamente un asunto capitalino como en el caso de México. Así, por ejemplo, en 2007, en el marco de las políticas de la memoria de Kirchner y a petición de los grupos de derechos humanos, el gobierno federal entregó el terreno en que había funcionado el centro de detención La Perla, Córdoba, para que se transformara en espacio de la memoria; asimismo se creó un Museo de la Memoria en el edificio en que estaba instalado, durante la dictadura, el Departamento de Inteligencia D-2. Ya en 2004, el centro de detención clandestino más grande, la Escuela de Mecánica de la Armada se había convertido en el Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos; alberga hoy día también el Archivo Nacional de la Memoria y, desde 2008, el Centro Cultural Nuestros Hijos. Desde octubre de 2013, dentro de la campaña “Murales con historia” se colocaron en diversas ciudades argentinas murales que conmemoran la lucha de las abuelas por reencontrarse con sus nietos.

Por otro lado, como ejemplo de un colectivo que manifiesta en México la memoria de los derrotados porque se siente en deuda con los que murieron en defensa de una causa que también los sobrevivientes apoyaron y con los que una parte importante de los descendientes se identifica, podría mencionarse la colocación, en 2004, de un monumento en honor a Lucio Cabañas Barrientos, líder de la guerrilla campesina que operó en el estado de Guerrero a partir de 1967 hasta su asesinato en 1974. Es el primer monumento al guerrillerismo en México y es muestra de que había existido una memoria latente no oficial durante las tres décadas que siguieron a la muerte del líder guerrillero. Esta brota y se hace escuchar en el espacio público, cuando las circunstancias lo permiten.

Ya que ofrecen un acceso a la información más allá de los límites de los Estados-nación, hoy día, la creación de espacios virtuales de rememoración ha posibilitado otorgar mayor peso a los reclamos de los sobrevivientes y los familiares de las víctimas. Por esta vía se han realizado llamados a los respectivos gobiernos para que se procure justicia, se termine con la impunidad y se apoye a los hijos de los detenidos-desaparecidos, ejecutados o asesinados a encontrar su verdadera identidad y su familia biológica. En este marco, se ha subrayado asimismo que, a diferencia de los guerrilleros que cometieron secuestros, asesinatos, asaltos a bancos, etcétera, los hijos de los desaparecidos son víctimas inocentes de la violencia de Estado,10 pues los regímenes autoritarios, tanto en Argentina como en México, destruyeron los lazos familiares en vez de proteger a la familia, tal como estipula la Constitución del respectivo país.11 Por otra parte, cabe señalar que los espacios virtuales han posibilitado incluso la localización exitosa de familiares.12

Articulación del trauma y de las emociones de los hijos de los detenidos-desaparecidos en (h) historias cotidianas y Trazando Aleida
Los hijos de detenidos-desaparecidos entrevistados en (h) historias cotidianas y Trazando Aleida tenían entre un par de meses y la edad de 8 años cuando fueron detenidos y asesinados sus padres, y entre 24 y 33 años en el momento de la filmación. Entre las vivencias traumáticas que relatan Úrsula Méndez en (h) historias cotidianas y Lucio Antonio en Trazando Aleida, figura el momento en que tuvieron que huir con sus padres y la revelación de su muerte.13 Lucio Antonio se refiere al shock que le produjo descubrir su condición de hijo adoptivo y la revelación de que apenas a partir de su adopción fue registrado con el nombre Juan Carlos Hernández Valadez. Por su parte, Manuel Gonçalves, quien hasta 1995 vivía con el nombre de Claudio Novoa, admite que fue perturbador ser informado a los 19 años de su verdadera identidad y tener que cuestionar su construcción identitaria anterior. A pesar de haberse enterado de que era hijo adoptivo nunca se había planteado que podía ser hijo de detenidos-desaparecidos y asesinados por cuerpos policiacos o militares. Al contrario, había pensado que sus padres biológicos lo habían abandonado. Pese al doloroso descubrimiento de la muerte violenta de sus padres –su padre, Gastón Roberto Gonçalves, que había militado en la Juventud Peronista, fue detenido y asesinado el 24 de marzo de 1976, cuando su madre estaba embarazada; y ésta fue asesinada unos pocos meses después de dar a luz– se refiere también a la felicidad que sintió cuando conoció, en 1995, a su abuela y, más tarde, a su medio hermano, el bajista de Los Pericos, Gastón Gonçalves. No manifiesta reclamo alguno, ni hacia sus padres biológicos ni hacia los adoptivos.

Por su parte, Aleida considera que a raíz del reportaje de Torres Jiménez, “¿Dónde están?”, se comprobaron sus dudas identitarias que había experimentado desde la adolescencia. Mientras Lucio Antonio valora todo lo que le dio su familia adoptiva que, según él, actuó de buena fe y fue asesorada por un sacerdote en lo relativo a su adopción, Aleida menciona los reclamos que, por una parte, hizo a sus padres biológicos al creerse abandonada por ellos y, por otra, a los adoptivos por no haberle dicho la verdad acerca de su origen (cf. Gallangos Vargas). Se reconcilió con sus padres biológicos después de haberse enterado que su condición de hija adoptiva se debe a su detención y muerte. La mayoría de los entrevistados reconoce, asimismo, haber experimentado sentimientos encontrados que atañen, por un lado, a la elección de la lucha armada por parte de sus progenitores y, por otro, a la impunidad de la que han gozado sus verdugos, razón por la cual los hijos demandan la impartición de justicia y castigo para los responsables de la desaparición y muerte de guerrilleros y opositores del respectivo régimen, ocurrida no en enfrentamientos armados sino cuando éstos ya se enontraban en cautiverio. Otra serie de preguntas se relaciona con el duelo acerca de la pérdida de sus padres y la nostalgia por un pasado en el que los vínculos afectivos aún estaban intactos, así como con el hecho de que algunos –Aleida y Lucio Antonio Gallangos Vargas así como Manuel Gonçalves– perdieron no sólo a sus padres, sino también los lazos con los demás miembros de la familia biológica.

Cuando se estrena en 2000 el documental de Habegger en Argentina, ya habían pasado 17 años desde el fin de la dictadura y el inicio de la transición a la democracia. Aun cuando la institucionalización de la memoria de los crímenes cometidos durante la dictadura comenzó bajo la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989) con la creación de la CONADEP (1983), la publicación del Nunca Más (1984) y el  Juicio a las Juntas (1985), se puede sostener que será más tarde, bajo la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), cuando se retoma y consolida ese proceso de institucionalización. La producción del documental de Habegger, no obstante, comienza hacia el final de la política menemista del indulto y de la amnesia social. A su vez, cuando se estrena en 2008 en Morelia, Michoacán, Trazando Aleida, en el marco del Festival de Cine Documental Ambulante, la Fiscalía Especial ya llevaba más de un año de haber desaparecido y el presidente Felipe Calderón ya había iniciado la guerra contra el narcotráfico que dejó aproximadamente 10.000 desaparecidos y 85.000 muertos, cifras que varían considerablemente según la fuente de información (cf. Soberanes; Sánchez y Palacios).

La búsqueda de identidad de los hijos de los detenidos-desaparecidos que se aborda en las dos películas documentales, se realiza en Argentina y México en la respectiva coyuntura en que los diversos actores políticos y sociales llevan a cabo en el espacio público un debate acerca de las políticas de la memoria y en que, tal como se explicó líneas atrás, se articulan memorias en conflicto.

Mientras que (h) historias cotidianas es el primer documental en que se entrevistan hijos de detenidos-desaparecidos en Argentina,14 el de Burkhard es el primero de esta índole en México.15 A diferencia de Albertina Carri con Los rubios (2003) y María Inés Roqué con Papá Iván (2004), ni Habegger ni Burkhard reconstruyen sus propias vivencias ni tampoco construyen la imagen de sus propios padres. Sin embargo, entre la biografía de Habegger y la de los seis entrevistados existen similitudes. Por ello, el director argentino concibe su película desde la aflicción personal y admitió en entrevista (transcrita en Burkert 58) que la realización de la película fue una forma de sublimar el duelo por la pérdida de su padre, el periodista y militante político Norberto Habegger; al contrario, la documentalista alemana es ajena a la problemática de los hijos de detenidos-desaparecidos. Sin embargo, tanto en las entrevistas en que habla sobre la realización de Trazando Aleida como en la forma en que se presenta la historia de Aleida en dicha cinta, se manifiesta su empatía y el vínculo afectivo que siente hacia ella. Maneja la cámara con sensibilidad para reconstruir los momentos más importantes que posibilitaron el reencuentro de Aleida con su familia biológica y para testimoniar en tiempo real la búsqueda del hermano y respetar, simultáneamente, los sentimientos íntimos de Aleida. Tal como afirma Barthes en La chambre claire acerca del punctum,16 las fotos de la familia Gallangos Vargas que circulaban en 2004 en internet y otros medios junto con la carta que Aleida dirigió a su hermano para entrar en contacto con él, provocaron no sólo el interés de la cineasta, sino que también despertaron su empatía, la conmovieron y afectaron (cf. Burkhard). En este momento, a partir de su conocimiento de las narrativas de hijos de detenidos-desaparecidos en Argentina, la documentalista había iniciado una investigación acerca de jóvenes adultos en México que habían tenido experiencias similares. Durante la investigación que realizó, se encontró con la historia de Aleida Gallangos Vargas que entre 2001 y 2004 cubrían los diversos medios, entre otros La Jornada y Día Siete, así como blogs y páginas de internet.

La historia de Lucio Antonio que se aborda en Trazando Aleida, comprueba que, durante la guerra sucia en México, hubo algunos casos de adopciones irregulares. El documental revela estas irregularidades en un momento en que, pese a la creación de H.I.J.O.S.-México en 2000, el tema de los hijos de los detenidos-desaparecidos casi no estaba presente en el espacio público mexicano y se sabía muy poco al respecto. Al contrario, en Argentina, donde la apropiación de menores y las adopciones irregulares habían ocurrido a gran escala, desde hace varios lustros estos delitos se venían denunciando en el espacio público y representando en textos literarios y en el cine.

El documental de Burkhard es además prueba de que la violencia de Estado ha dejado rotos los vínculos familiares, incluyendo el lazo entre los hermanos. A diferencia de su hermano, Aleida creció con un matrimonio –Alejandro Gorostiola Toriz y María del Pilar Herrera– del que algunos parientes también habían sido guerrilleros. Antes de su muerte, Carlos Gorostiola, quien había salvado a la bebé, no podía revelar su identidad. Aunque la pareja quiso averiguar el origen de la niña, durante dos décadas no había logrado obtener información acerca de su familia biológica.

Acciones de los hijos contra la amnesia social e impunidad
En ambos documentales hay referencias a las políticas gubernamentales que atañen al esclarecimiento de los crímenes cometidos por las fuerzas armadas, particularmente el ejército, cuerpos policiacos y, en el caso de México, la Brigada Blanca, unidad especializada en la lucha contrainsurgente integrada por jefes de la policía judicial y la secreta. Sin duda, el anuncio que hizo Vicente Fox durante su campaña electoral acerca de su intención de dar fin a la política de la impunidad y de crear la Fiscalía Especial ha sido determinante para que, el 28 de agosto de 2001, la abuela paterna Quirina Cruz de Gallangos y los tíos de Aleida presentaran una denuncia por desaparición forzada ante la Procuraduría General de la República. Con ello se llamó la atención de los medios de comunicación –sobre todo La Jornada, Día Siete, Contralínea y El Universal– que a partir de este momento siguieron el caso. Por medio del reportaje “¿Dónde están?”, Torres Jiménez dio inicio a la paulatina revelación de los hechos pretéritos que permitieron la salvación de los nietos de Quirina. Asimismo se lograron recabar los datos acerca de las circunstancias de la adopción de sus nietos. Posibilitó, por ende, ubicar a Aleida y desembocó, gracias a la tenacidad de esta última, en el reencuentro posterior de los hermanos. Permitió, además, que los dos se enteraran de su verdadera identidad.17 En el documental, tanto Quirina Cruz de Gallangos como Aleida critican la falta de apoyo por parte de las instancias gubernamentales en lo que atañe a la localización de Lucio Antonio, así como las políticas que fomentan más bien la amnesia social y el perdón precipitado en vez de propiciar procesos de rememoración acerca de la violencia de Estado y la impartición de justicia. Aún después del reencuentro con su hermano, la lucha de Aleida no ha cesado. En marzo de 2010, presentó una demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la desaparición de sus padres.

Por su parte, los seis entrevistados de la película de Habegger manifiestan sus opiniones acerca de las dos fases que ya se habían dado en Argentina con respecto a la elaboración de la dictadura: bajo el gobierno de Alfonsín (1983-1989), los esclarecimientos de los crímenes y los procesos judiciales en contra de los miembros de las tres juntas militares y, al contrario, durante las dos legislaturas menemistas (1989-1995 y 1995-1999), el otorgamiento del indulto. Dado que en la década de 1990 las políticas apuntaban hacia un olvido institucionalizado, Florencia Gemetrio entró a la agrupación H.I.J.O.S. para manifestar la denuncia social a falta de la impartición de justicia; por su parte, Christian Czainik expresa sus dudas acerca de la procuración de justicia y Victoria Ginzberg cubre en artículos periodísticos las acciones de los grupos de derechos humanos, entre otros, los escraches de los integrantes de H.I.J.O.S.; con ello otorga mayor visibilidad a estas acciones. A su vez, Úrsula Méndez, hija de la activista detenida y desaparecida Silvia Gallina, subraya la importancia del reclamo colectivo; reconoce el efecto liberador que significó descubrir el vínculo entre un destino colectivo y su propia historia, que fue marcada por largos años de espera por el regreso de su madre y por el sentimiento de una pérdida irreparable a partir del momento en que le fue revelada su muerte. En 1984 y 1985 participó en las primeras manifestaciones multitudinarias en que, tras el fin de la dictadura, los familiares de los desaparecidos exigieron no sólo la presentación con vida de sus seres queridos sino también justicia así como castigo a los perpetradores de los delitos de lesa humanidad; reivindicaban así a las víctimas de la violencia de Estado en un momento en que con la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) Alfonsín había dado una señal positiva a la sociedad. A pesar de estas experiencias positivas respecto a la denuncia colectiva en la década de 1980, Úrsula no se hace miembro de H.I.J.O.S. tras su creación en 1995; tampoco habla explícitamente del tema de la identidad. Para Florencia, al contrario, esta organización es sumamente importante para definir su propia identidad. Se ha reconocido en el destino de los demás integrantes, que considera como hermanos, dado que comparten la orfandad y el hecho de saberse vástagos de luchadores sociales y guerrilleros que se propusieron lograr la revolución social.18 Aunque no necesariamente están de acuerdo con la vía armada, sí comparten los ideales de la generación que los había antecedido. Tanto en Argentina como en México, algunos de los hijos de detenidos-desaparecidos se han convertido en abogados y defensores de derechos humanos para continuar así con las protestas iniciadas por sus abuelas. Al respecto, Amado hace hincapié en la identificación de abuelas y nietos. A falta de la generación intermedia, los nietos sustituyen tanto en el nivel biológico como en el simbólico a los detenidos-desaparecidos que pertenecen a ella. Al mismo tiempo son diferentes a sus padres (Amado 153). Desde la perspectiva de las abuelas existe una “continuidad virtual de la vida de los desaparecidos” en los nietos, “pero en una constelación en que éstos no figuran como padres, sino como hijos de sus madres” (Amado 153). Aunque tanto las abuelas como los nietos sufrieron la pérdida de los detenidos-desaparecidos de la generación intermedia, sólo los nietos construyen su identidad a partir de la pérdida. Se unen con sus abuelas en un nivel político, particularmente, en lo que respecta a la demanda de justicia y castigo, pero en el nivel emocional son afectados de otra manera (153).

Tal como reportan en 2011 Lutz Kuperman y Luis Paz, los hermanos Gonçalves presentaron una denuncia en contra de cinco ex policías y militares -entre otros, contra Luis Abelardo Patti- que estuvieron implicados en el asesinato de su padre y cuatro militantes más, así como en la apropiación de bebés (cf. Kuperman y Paz). Al igual que los hermanos Gonçalves, cuya historia fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación argentinos, Aleida y Lucio Antonio fueron separados a temprana edad, perdiendo entonces los vínculos con la familia biológica. Sin la incansable búsqueda durante décadas de las respectivas abuelas, ni los hermanos argentinos ni los mexicanos jamás se hubieran encontrado. Ni siquiera sabían de la existencia de los respectivos hermanos biológicos hasta la edad adulta.

Entre la memoria comunicativa, la memoria heteropática y la imaginación: la construcción de la imagen de los padres
Los entrevistados de (h) historias cotidianas y Trazando Aleida construyen su respectivo relato acerca de sus padres sólo en un mínimo porcentaje con base en recuerdos propios, o bien, sin recuerdo propio alguno. Sólo cuando los hijos tenían más de tres años en el momento en que fueron detenidos y desaparecidos sus mentores, algunas vivencias con éstos forman parte de su memoria autobiográfica. La amnesia infantil ampliamente estudiada desde Sigmund Freud impide que, siendo adultos, los entrevistados puedan recordar el tiempo anterior. Al respecto, cabe destacar que, de acuerdo con investigaciones recientes, el inicio propiamente dicho de la memoria autobiográfica se produce entre los tres y los cinco años. Se relaciona estrechamente con el desarrollo lingüístico del infante que, a su vez, depende del proceso de maduración de su cerebro (Markowitsch y Welzer 14). La capacidad de narrar la historia de la propia vida es entonces una habilidad que se adquiere entonces relativamente tarde (Markowitsch y Welzer 15).19

Christian Czainik y Úrsula Méndez ya eran alumnos de primaria cuando perdieron a su padre y su madre, respectivamente, por lo que recuerdan algunas vivencias anteriores a su desaparición. Úrsula, por ejemplo, relata que su madre era sumamente cariñosa y que un día le advirtió que la estaban persiguiendo. Ambos entrevistados recuerdan, además, la espera y añoranza por volverse a encontrar con el padre o la madre –Christian tenía durante un largo periodo un sueño recurrente en el que su padre llegaba a la casa, pero se iba antes de que él lo pudiera abrazar–, así como el shock que les produjo la revelación de la muerte de su padre o madre, respectivamente, tras años de haber esperado su retorno. Christian incluso tiene aún algunas cartas por medio de las cuales, tras la detención de su padre, intentó mantener el vínculo con él, creyendo que se encontraba trabajando lejos del hogar. Por su parte, Lucio Antonio, de la cinta Trazando Aleida, recuerda que el día del operativo policiaco-militar huyó con una mujer que supone era su madre y que a causa de una herida en la pierna él mismo se quedó atrás. Sin embargo, no recuerda que, debido a la huida de sus padres, los agentes policiales o los soldados lo llevaron al hospital pediátrico de Avenida Del Imán, en el sur de la ciudad de México, para que recibiera atención médica en su pierna.

Dada la fragmentariedad de los pocos recuerdos propios, para la constitución de la imagen de sus padres, estos tres entrevistados dependen, de la misma manera que los demás hijos de detenidos-desaparecidos interrogados en los dos documentales, de la información obtenida por medio de conversaciones con familiares, amigos y compañeros de lucha, así como a través de programas televisivos y radiofónicos, la prensa, fotografías, documentales, videoclips, blogs, etcétera. Cabe destacar al respecto que ni en Trazando Aleida ni en (h) historias cotidianas la generación de los padres da su testimonio al respectivo entrevistador, pero se deduce de las afirmaciones de los entrevistados que a partir de los relatos de sus abuelos y otros familiares, así como de los compañeros de sus padres, fueron armando el rompecabezas acerca de sus progenitores y de las circunstancias de su detención y, en algunos casos, también de su muerte. A los diez años, Úrsula se enteró del deceso por medio de una amiga de su madre y Florencia a raíz de un homenaje en honor a su padre. Por su parte, David Olmos Cilia informó a Aleida que sus padres vivían en una casa de seguridad cuando ésta fue tomada por un comando armado y fueron salvados, ella –por otro guerillero– y su hermano –por soldados o agentes policiales– que lo llevaron al hospital de Avenida Del Imán mencionado anteriormente.

Se evidencia, además, que la memoria individual de cada una de las personas que les había proporcionado información acerca de sus padres adquirió relevancia colectiva. La relevancia de la memoria individual para la colectiva es mayor en el caso de que se represente en los medios y se distribuya por esta vía (Erll “Odysseus” 126), ya que de este modo rebasa el ámbito de la memoria comunicativa y se integra a la cultural.

La construcción de la imagen acerca de la figura materna o paterna que los hijos de los detenidos-desaparecidos realizan a partir de recuerdos de lo que otras personas les relataron, así como con base en información obtenida a través de otras fuentes, tiene particularidades similares a la de la rememoración heteropática. Este término fue propuesto por Kaja Silverman para el caso en que el no-yo se introduce en el propio acervo de recuerdos; es decir, cuando un individuo empieza a recordar los recuerdos de otras personas como si fueran los propios (Silverman 185). La rememoración heteropática nos proporciona los recursos para participar en los deseos, las luchas y el sufrimiento de los otros en una forma que redunda en su crédito más que en el nuestro. Es una memoria mediada que no se conecta de forma directa con el pasado; al contrario, se basa en la identificación heteropática. En el caso de la “heteropathic identification […] the subject identifies at a distance from his or her proprioceptive self” (Silverman 23).20

La distancia puede referirse a la que existe entre culturas, espacios o épocas. En el caso de la memoria de la segunda generación se trata de una distancia temporal y generacional. Los hijos de los detenidos-desaparecidos crecieron bajo el impacto de las narrativas elaboradas por los sobrevivientes de la generación de sus padres (Christian y Úrsula escucharon incluso los relatos de la madre y del padre, respectivamente, que quedaron a salvo de la represión estatal y se regresaron a su país de origen, Italia) y, por medio de un vínculo afectivo, se sienten unidos con los que sucumbieron. A este propósito, en el caso argentino no sólo obtienen relevancia los relatos de los sobrevivientes de la violencia de Estado, de familiares no involucrados en la militancia política o armada (Christian y Florencia crecen con sus madres) y de la generación de las abuelas (Úrsula y Martín se criaron con su respectiva abuela), sino también las confesiones y cartas de arrepentimiento de los militares, pues dieron detalles acerca de la tortura y de la forma en que eliminaron los cuerpos de los detenidos.

De los seis entrevistados de (h) historias cotidianas, Florencia es la que más se identifica con los ideales de lucha de la generación de los padres. Christian, por su parte, trae a cuento que durante un periodo sentía la necesidad de seguir con la lucha social, pero luego consideró que identificarse con el proyecto de su padre era una cuestión demasiado nostálgica y que tenía que plantearse sus propios objetivos de vida. De forma similar, Úrsula Méndez opina que la lucha armada ya no es la respuesta ante la realidad de la sociedad contemporánea; sin embargo, reconoce la autenticidad de la lucha de su madre y el compromiso que ésta sintió por un proyecto en que creyó. Al contrario, Martín Mórtola Oesterheld formula su rechazo con respecto a la lucha armada en la que estuvieron involucrados no sólo sus padres sino también el abuelo materno –Héctor Germán Oesterheld, reconocido escritor y guionista argentino, fue jefe de prensa de Montoneros–, así como sus tres tías y dos de sus tíos. Recuerda que en su adolescencia pensaba que sus padres debieron haber pensado en él antes de arriesgar sus vidas al involucrarse en la guerrilla.

Aparte de la identificación con las víctimas, la imaginación y la proyección son características para la memoria de la segunda generación. Pese a que no disponga de evidencias, Christian deduce, por ejemplo, de un sueño en el que la cara de su padre había aparecido cubierta por agua, que su cuerpo fue arrojado al Río de la Plata. Es probable que no se trate de un sueño que se basa en un hecho verídico sino de un sueño en que se cristalizan los temores de Christian, producto, a su vez, de los discursos orales y escritos que circulan en la sociedad argentina y del hecho de que aún no se ha hallado el cuerpo.

En sus estudios sobre la memoria transgeneracional de los hijos de sobrevivientes del Holocausto, Marianne Hirsch, propuso el polémico término postmemory:

I propose the term “postmemory” with some hesitation, conscious that the prefix “post” could imply that we are beyond memory and therefore perhaps, […] purely in history. In my reading, postmemory is distinguished from memory by generational distance and from history by deep personal connection. Postmemory is a powerful and very particular form of memory precisely because its connection to its object or source is mediated not through recollection but through an imaginative investment and creation. (Hirsch Family 22)

Lo vincula al término heteropathic recollection de Silverman, antes comentado, del cual sería una variante:

Postmemory in my terms is a form of heteropathic memory in which the self and the other are more closely connected through familial or group relation, for example, through what it means to be Jewish, or Polish. While postmemory implies a temporal distance between the self and the other […] Silverman’s heteropathic recollection could depend solely on spatial or cultural distance, and temporal coincidence […]. In both cases, an enormous distance must be bridged and, in the specific case of Holocaust memory, that distance cannot ultimately be bridged; the break between then and now, between the one who lived it and the one who did not, remains, monumental and insurmountable, even as the heteropathic imagination struggles to overcome it. (Hirsch “Projected Memory” 9)

Partiendo de la importancia que Silverman confiere a la mirada para la identificación heteropática, Hirsch analiza el papel de las fotografías en lo que atañe a la construcción de la memoria de la segunda generación y en cuanto a la identificación de ésta con la generación anterior. Sostiene:

Camera images, particularly still photographs, are precisely the medium connecting first- and second-generation remembrance, memory and post-memory. Photographic images are stubborn survivors of death. We receive them, uncompromisingly, in the present tense. Inasmuch as they are instruments of memory, then, they expose its resolute but multilayered presentness. As objects of looking they lend themselves either to idiopathic or to heteropathic identification, to self-sameness or to displacement. (Hirsch “Proyected Memories” 10)

Considero sugerente indagar, a partir de las teorizaciones de Hirsch y Silverman, en las diversas funciones que tienen en (h) historias cotidianas y Trazando Aleida las fotografías de los padres, en ocasiones retratados sólos y en otras en companía de sus hijos.

La importancia de las fotografías en (h) historias cotidianas y Trazando Aleida
Las fotografías que se presentan en los dos largometrajes documentales cumplen múltiples funciones. En primer lugar, ayudan a los hijos de los detenidos-desaparecidos a construir una imagen de sus padres y situar algunas vivencias con ellos en sus coordenadas temporales y espaciales; en segundo lugar, reconocen facciones propias en las caras de sus progenitores, por lo que las fotografías también juegan un papel importante en el proceso de construir la propia identidad como hijos de detenidos-desaparecidos; en tercer lugar, se hace patente la función de las fotografías con respecto a la identificación heteropática con los padres en tanto que víctimas y perseguidos del terror estatal; en cuarto lugar, los documentales se refieren al papel que las fotografías han tenido en el marco jurídico; en último lugar, se destaca la importancia de las fotografías para poder localizar a los familiares desaparecidos.

Las fotografías del álbum de familia que enseñan algunos entrevistados (Úrsula, Christian y Victoria), muestran a los hijos junto con los padres en un pasado “idílico” añorado.21 Son una prueba de lo que había estado allí,22 de que sus padres en algún momento vivieron y de que hubo una época en que la familia aún estaba intacta, tiempo en que los hijos de los desaparecidos piensan con nostalgia.

En ninguno de los dos documentales analizados, las fotografías se emplean como soportes para un relato en que se reconstruya alguna vivencia en particular con los padres; al contrario, se utilizan para establecer un vínculo genealógico, para mostrar al entrevistador y con ello también al espectador del documental quiénes fueron sus padres. Cuando muestra la primera foto de su madre, Úrsula incluso dice al entrevistador “te voy a presentar a mi mamá” (minuto 05:35). En lo que atañe a la construcción de la memoria generacional de los sobrevivientes del Holocausto, por un lado, y la de la segunda generación –la de sus hijos– Hirsch habla de una conexión umbilical que establecen las fotografías entre la memoria de la primera y la segunda generación:

Photographs in their enduring “umbilical” connection to life are precisely the medium connecting first- and second-generation remembrance, memory and postmemory. They are the leftovers, the fragmentary sources and building blocks, shot through with holes, of the work of postmemory. They affirm the past’s existence and, in their flat two-dimensionality, they signal its unbridgeable distance. (Hirsch Family 23)

El único vínculo materializado –la conexión umbilical de acuerdo con la expresión empleada por Hirsch (Family 20)– que tienen los hijos de los desaparecidos con sus padres ausentes son las fotografías. Pese a que tengan un valor sentimental y puedan remitir a un momento de convivencia, las fotografías son mudas. No pueden relatar a los hijos ni vivencias que éstos podrían haber tenido con sus padres, ni tampoco experiencias de sus progenitores en sus papeles de padres, militantes, presos o torturados. De acuerdo con lo antes señalado, los que legan la información acerca de los padres son otros familiares o, como ocurre en los casos de Christian, Úrsula y Florencia, la pareja que no fue detenida y que por eso se salvó, o bien los compañeros de lucha.

Ya que en ella destaca la mirada llena de ternura de su madre, Aleida se siente particularmente atraída por la foto de una de sus credenciales; al contrario, las fotos de los expedientes policiacos que muestran a sus padres con huellas de tortura provocan dolor en ella. Son de este modo testigos mudos del sufrimiento por el que pasaron sus padres. A partir de estas imágenes surgen interrogantes acerca de la duración de su suplicio y la forma en que murieron. Más allá de su propio duelo por la pérdida, por medio de la identificación heteropática, Aleida comparte el dolor de sus padres y las preocupaciones que debían haber tenido respecto al futuro de sus hijos.

Sin embargo, a falta de fotografías más recientes, las que muestran a los padres antes de su desaparición confirman su muerte: “Photography´s relation to loss and death is not to mediate the process of individual and collective memory but to bring the past back in the form of a ghostly revenant, emphasizing, at the same time, its immutable and irreversible pastness and irretrievability” (Hirsch Family 20). Cuando en sí las imágenes de personas muertas devuelven el pasado con características fantasmales cuanto más esto sucede en el caso de los desaparecidos que, si no se hallaron sus cuerpos, son una especie de muertos en vida cuyo regreso se espera en todo momento. Particularmente Úrsula y Christian hablan de la dificultad de cerrar el pasado y dejar atrás la espera de un reencuentro. Martín se refiere además al impacto que le causó mirar la foto que se tomó de sus padres poco antes de su muerte y que se hallaba en casa de su abuela; se convirtió en una especie de advertencia para él cuando se acercaba a la edad que ellos tenían en aquel momento.

Por otro lado, en las secuencias insertadas en (h) historias cotidianas y Trazando Aleida de otros documentales, aparecen las marchas de las madres y abuelas de los detenidos-desaparecidos para exigir la presentación con vida de los retratados en las fotografías. Éstas son prueba de la existencia de los guerrilleros y militantes antes de su desaparición. Por ello, en el marco jurídico son un medio importante para denunciar la desaparición forzada o bien para exigir la presentación con vida de los detenidos-desaparecidos. Cobran particular importancia las fotos de los expedientes judiciales que muestran a los militantes y ex guerrilleros con huellas de tortura, pues evidencian que antes de su desaparición se hallaban indefensos en cautiverio, ya sea en las instalaciones de los centros de detención clandestinos o en las cárceles. Tal es el caso de las fotografías exhibidas en Trazando Aleida en las que tanto Roberto Gallangos Cruz como Carmen Vargas Pérez tienen huellas de tortura; se trata de las fotos que Aleida ubicó en la Galería uno del Archivo General de la Nación adónde fueron trasladados los expedientes de la Dirección Federal de Seguridad.

A su vez, las imágenes de sus hijos, su nuera y sus nietos que Quirina Gallangos Cruz entregó a Jorge Torres Jiménez para el reportaje “¿Dónde están?” en el semanal Día Siete permitieron revelar la identidad de Aleida a sus padres adoptivos y que ésta restableciera poco después los vínculos con su abuela. Las fotos de su hermano, por su parte, hicieron posible seguir su periplo desde el día en que fue internado en el hospital y localizarlo finalmente en Estados Unidos de América. Esto es, las fotografías que empezaron a circular en internet fueron relevantes para restablecer los lazos familiares.

En lo que atañe a la construcción de la imagen de los padres, las fotografías del álbum de familia adquieren otra importancia que las de los expedientes policiacos. Las primeras se vinculan con la memoria privada y posibilitan que los hijos puedan reconocer rasgos propios en el retrato de sus padres, por lo que son esenciales en la búsqueda de identidad; las segundas se relacionan con la memoria pública y nacional así como asuntos jurídicos. Remiten, asimismo, a la destrucción de un proyecto político y social y son simultáneamente sus vestigios. El conjunto de fotografías remite a la pérdida, a lo que en un pasado irrecuperable había estado allí en el sentido de Roland Barthes. Subrayan, por ende, la distancia que no se puede superar entre el pasado y el presente.

Rememoración y lugares visitados por los entrevistados
Halbwachs destacó en La mémoire collective el vínculo entre los espacios y la constitución de la memoria colectiva (93). De acuerdo con el paradigma topológico, los espacios por los que pasamos, que ocupamos y a los que tenemos acceso pueden servir como pivote para la rememoración y por ende ayudan a construir también una memoria autobiográfica. Los lugares que un grupo de personas recuerda estructuran no sólo la memoria de este colectivo cuyos integrantes comparten determinadas vivencias, sino también la memoria individual. En los espacios urbanos, los edificios, vialidades y plazas, así como los sitios de memoria ofrecen puntos de orientación y fomentan la rememoración.

Los entrevistados en los dos documentales que aquí nos ocupan regresan a lugares significativos para la construcción del relato acerca de sus padres; sin embargo, tal como ocurre con las fotografías antes analizadas, dependiendo de la edad del entrevistado, también los lugares son mudos en lo que toca a las vivencias del pasado; sólo dan pie a recuerdos fragmentarios. Son únicamente una pieza más en el rompecabezas que arman los hijos acerca de sus padres y el propio vínculo con ellos. Christian y Úrsula de (h) historias cotidianas regresan a los lugares que se relacionan con la pérdida del padre y la madre, respectivamente. Christian retorna al edificio que en la década de 1970 era el recinto de la escuela primaria que frecuentaba. Lleva una foto en la mano en la que aparece con su hermano menor delante de dicha escuela, donde su padre los dejaba en las mañanas hasta el día en que fue secuestrado después de haberlos llevado allí, suceso que ellos no presenciaron dado que ya estaban en clase cuando ocurrió. Por su parte, Úrsula realiza un ritual de duelo y despedida en el departamento del que se llevaron a su madre. Ya que de su madre no se halló el cuerpo, este sitio se ha convertido en una especie de tumba, lugar del duelo y de la despedida. Para Christian además de la escuela es la orilla del Río de la Plata la que se ha convertido en el lugar que remite a la pérdida, ya que a partir del sueño antes mencionado piensa que arrojaron el cuerpo de su padre a este río.

A su vez, el deambular de Victoria por una plazuela con una foto de su familia en la mano para poder definir el lugar exacto en que fue tomada simboliza la imposibilidad de la rememoración propia, pues era demasiado pequeña para poder rememorar la tarde en que fue sacada la foto.

En sus recorridos por Buenos Aires, Martín lleva al entrevistador (Juan Pablo Bermúdez) y al camarógrafo (Mariano Cueno) a la placa conmemorativa que se colocó en honor a su abuelo y que, de acuerdo con la tipología acerca de los lugares de la memoria propuesta por Le Goff (179-181), sería un lugar monumental de la memoria colectiva. A su vez, Manuel se encuentra mayormente en uno de los lugares más emblemáticos en relación con la desaparición forzada en Argentina y la lucha que las abuelas y madres emprendieron para ubicar a sus hijos y nietos: la Plaza de Mayo, en cuyo piso se encuentra representado un pañuelo blanco en alusión a esta lucha. Así, dicha plaza se convirtió en sitio de la memoria. En el caso de Martín y Manuel queda entonces de manifiesto la estrecha relación entre la historia personal y la pública. Los sitios de la memoria colectiva en los espacios públicos remiten al relato de orfandad y pérdida de los dos entrevistados. Aunque no pueden reconstruir por medio de procesos de rememoración el tiempo anterior a la pérdida de sus padres ni tampoco los acontecimientos del día en que éstos fueron asesinados, sí integraron a la memoria autobiográfica el conflicto identitario por el que pasó (Manuel) y los sentimientos de orfandad y pérdida que lo acompañaron desde temprana edad (Martín). Desde entonces Martín veía en casa de su abuela materna las fotos en las que quedaban retratados sus padres.

Por último, en Trazando Aleida, en vez de relacionarse con procesos de rememoración, los lugares visitados cobran importancia en cuanto a la construcción de la imagen de los padres. Al visitar el pueblo Jamiltepec (Oaxaca), donde creció su padre Roberto Gallangos Cruz, y Atoyac de Álvarez (Guerrero), de donde es originaria su madre Carmen Vargas Pérez, Aleida y Lucio Antonio logran reconstruir los lazos de familia destruidos y comprender las condiciones de vida que motivaron a sus padres a participar en la lucha social.

A modo de cierre
Ambos documentales, (h)historias cotidianas y Trazando Aleida, fueron realizados de acuerdo con la modalidad interactiva y responden a la finalidad de documentar la desaparición forzada y la lucha de los hijos de padres desaparecidos en pro de la impartición de justicia, así como sus esfuerzos para reconstruir los lazos familiares y construir su propia identidad. De hecho, los procesos de rememoración así como los de armar una historia e identidad propias y la imagen de los padres se ven reflejados en el frecuente movimiento de los entrevistados, que son filmados mientras caminan o bien cuando se encuentran a bordo de algún medio de transporte (trenes, coches o lanchas). De ahí resulta el valor epistemológico de ambos, ya que los realizadores prescinden de comentarios generales e interpelan al espectador a que reflexione sobre las historias contadas y elabore su propio juicio.

Mientras que, de acuerdo con el análisis realizado, existen muchas similitudes entre el destino y la biografía de los hermanos mexicanos y los entrevistados argentinos –particularmente, con Manuel y Gastón Gonçalves– en cuanto a la estructura narrativa de los documentales cabe mencionar algunas diferencias: la cinta de Habegger está dividida en cuatro capítulos –Huellas, Hijos, Historia, Hoy– en los que los seis entrevistados hablan sobre tópicos relacionados con el respectivo intertítulo. Pese a la fragmentación de las seis entrevistas y la discontinuidad espacial y temporal, los temas enunciados en los intertítulos, así como el tipo de montaje realizado por Habegger, posibilitan mantener la continuidad lógica entre los diversos puntos de vista expuestos. Por el contrario, el documental de Burkhard alterna entrevistas a diversas personas –funcionarios, la abuela, otros familiares de Aleida y Lucio Antonio, así como a los dos hermanos– con el testimonio acerca de la búsqueda de información que emprende Aleida para ubicar a su hermano y obtener elementos que comprueben la detención y posterior desaparición de sus padres. Cabe destacar, además, que a lo largo de la cinta de Habegger se mantiene en todo momento la ilusión de ausencia de los entrevistadores (Juan Pablo Bermúdez y María José Méndez), mientras que Burkhard, que hace las veces de guionista, entrevistadora, camarógrafa y testigo presencial cuando Aleida realiza sus pesquisas en el Archivo General de la Nación, cuando visita a su abuela y cuando busca a su hermano en Estados Unidos, rompe dicha ilusión en un momento muy significativo: tras la localización exitosa de Lucio Antonio y a un día del primer encuentro de los hermanos Gallangos Vargas, Burkhard aparece junto con Aleida en la secuencia que las muestra festejando la Navidad de 2004 con el grupo de latinos que las apoyó durante la búsqueda de Lucio Antonio. De este modo Burkhard rompe las jerarquías características de los documentales interactivos, al auto-(re)presentarse como amiga y acompañante de Aleida, un ardid que le permite manifestar su identificación y empatía con Aleida, pese a que no ha vivido ni la destrucción de los lazos familiares ni la pérdida de sus padres a raíz de la represión estatal.

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Notas
* Agradezco al PASPA-DGAPA-UNAM por el apoyo financiero que se me otorgó durante mi estancia sabática para poder elaborar el presente artículo.

1 El informe de la FEMOSPP menciona los sexenios de Díaz Ordaz (1964-1970), Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) como periodo de la guerra sucia. Fija el fin de este periodo represivo en 1982. Diversas organizaciones de derechos humanos afirman, sin embargo, que hasta 1985, cuando gobernaba Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), por razones políticas, elementos de la policía judicial seguían cometiendo el delito de la desaparición forzada de personas (cf. H.I.J.O.S.-México y López Limón).

2 El presidente Raúl Alfonsín creó en 1983 la Comisión Nacional sobre Desapariciones de Personas (CONADEP) cuyo informe se publicó bajo el título Nunca más. Mientras la Comisión Rettig, que fue creada en 1990 por el presidente chileno Aylwin, presentó su reporte en 1991, la Comisión Valech se instaló apenas en 2003 e hizo público su reporte en 2004. Véase Seydel (“Discursos”) acerca de la elaboración del pasado dictatorial en Chile.

3 Con respecto a la saturación que se produjo en Argentina en la primera década postdictatorial, Calveiro habla de un aluvión que cayó sobre la opinión pública (Calveiro 162-163). Critica que esta sobrepresencia de cuerpos abyectos y su exhibición incluso en revistas sociales llevó a la banalización y trivialización de la experiencia concentracionaria. Al contrario, en México en los primeros años posteriores a la guerra sucia sólo de forma aislada se publicaron textos testimoniales, autobiográficos y ficcionales, ya sea de ex guerrilleros o de escritores como Carlos Montemayor, que no habían pertenecido a ninguna agrupación guerrillera. La producción y el estreno de cintas documentales o ficcionales se demoraron, salvo contadas excepciones, aún hasta el cambio del milenio (cf. Seydel “Políticas”).

4 La distinción entre memoria comunicativa y memoria cultural que realizan diversos teóricos al abordar la memoria colectiva, conviene sólo para efectos analíticos. Ambas surgen casi de forma simultánea, se desarrollan juntas y se transforman constantemente. Véase Assmann (“Kollektives Gedächtnis” y “Kulturelles Gedächtnis”), Erll (Kollektives Gedächtnis 30-33, 130-133) y Welzer (14-15).

5 Acerca de la importancia de los medios de distancia (Distanzmedien) y los medios de almacenamiento (Speichermedien) para la constitución de la memoria cultural, véase Sandl (100).

6 Para el caso de la historia contemporánea francesa, Nora (XVIII) habla de la desaparición de este tipo de colectividades (collectivités-mémoire).

7 Según Becker (152-153), sobre todo la Liga Comunista 23 de Septiembre carecía de bases sociales más allá de las familias de los guerrilleros.

8 Al contrario, durante la guerra sucia en México seguían existiendo los sindicatos del sistema corporativista.

9 Acerca de la tipología de los lugares de la memoria, véanse LeGoff (179-181) y Nora (1984).

10 Con la finalidad de esclarecer los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, en Argentina no se distinguió entre los guerrilleros que fueron torturados, desaparecidos y asesinados, por una parte, y la población no armada que sufrió las mismas atrocidades. Al incluir no sólo a los hijos de los detenidos-desaparecidos en la categoría de “víctimas” sino también a los guerrilleros se recurrió a un “olvido estratégico” respecto a los asesinatos y otros actos ilícitos perpetrados por los guerrilleros (Huyssen 170-175); véase además Amado (2009 14).

11 Jelin (22-24) analiza el discurso contradictorio de los militares acerca de la familia: por un lado, la plantean como núcleo de la sociedad y, por otro, la destruyen argumentando que es responsabilidad de las madres que sus hijos se hayan convertido en guerrilleros. A su vez, las madres y abuelas hacen valer los lazos familiares para justificar sus denuncias acerca de la violencia de Estado y sus reclamos de justicia y castigo. En el documental de Andrés Habegger, (h )historias cotidianas, Martín Mortola Oesterheld se refiere al sufrimiento de los hijos de los desparecidos que fueron afectados por la violencia de Estado que desarticuló la familia.

12 Véase Seydel (“Políticas”) en lo que respecta a la localización de Lucio Antonio Gallangos Vargas, quien había sido registrado por sus padres adoptivos como Juan Carlos Hernández Valadez.

13 Aunque existen testimonios acerca de hijos que habían vivido en la clandestinidad con sus padres y de otros que estuvieron presentes en el momento de la detención de sus padres (cf. Castellanos 299), ninguno de los entrevistados de los documentales que aquí nos ocupan tiene recuerdos propios sobre estos sucesos. Lucio Antonio es el único que articula recuerdos propios, aunque sumamente fragmentarios, del operativo policiaco-militar realizado con la intención de detener a sus padres. Empero, éstos lograron huir ese día y fueron detenidos poco después.

14 Una de las primeras películas ficcionales en torno a la apropiación de bebés es La historia oficial, de Luis Puenzo.

15 En una secuencia de la película ficcional Cementerio de Papel, de 2007, se muestra una manifestación de hijos de desaparecidos y aparece allí como actor el guionista e historiador Fritz Glockner, hijo del integrante de las Fuerzas de Liberación Nacional, Napoleón Glockner.

16 Al deslindar el studium del punctum, Barthes afirma que “[p]unctum c’est aussi: piqûre, petit trou, petite tache, petite coupure – et aussi copu de dés. La punctum d’une photo, c’est ce hasard qui, en elle, me point (mais aussi me meurtrit, me poigne)” (Barthes 1126).

17 Véase Seydel (“Políticas”) acerca del importante papel que tuvieron los medios de comunicación, los blogs en internet así como la información recibida por ex guerilleros y luchadores de derechos humanos para la revelación tanto a su familia adoptiva como a Aleida del secreto de su identidad, así como para la posterior localización de su hermano.

18 Florencia afirma que antes de entrar a H.I.J.O.S. se sentía sin identidad precisa; la encontró al reconocerse en la mirada de los otros hijos de desaparecidos. Pertenecer a esta organización le permitió “transformar el dolor, lo que había sido dolor en soledad, en acción” (Habegger 01:01:45). Empezó a sentir que todos son hijos de la misma historia.

19 Markowitsch y Welzer (211-213) destacan que la amnesia infantil no se refiere a la capacidad de los niños de recordar acontecimientos recientes en una conversación. Así, por ejemplo, entre los 6 y 12 meses después del respectivo suceso, niños de tres años lo recuerdan de forma fragmentaria. Dependen para ello de referencias hechas por sus interlocutores en un memory talk. Al contrario, niños de cuatro años pueden recordar este tipo de sucesos y logran situarlos en sus coordenadas espaciales antes de saber ordenarlos en cuanto a las coordenadas temporales.

20 Silverman parte de las observaciones de Max Scheler acerca de la identificación idiopática y heteropática (cf. Silverman 23).

21 En la película de Habegger, las fotos en que aparecen los entrevistados como niños, los muestran en un paseo por la ciudad (Victoria Ginzberg), en un momento en que se encontraban en el brazo de su madre (Úrsula Méndez) o en el hombro de su padre (Victoria). En la fotografía más reciente, la madre de Úrsula quedó retratada sola en la calle; además Úrsula muestra una fotografía de la playa en que su madre se encuentra siendo niña con su propia madre, sus hermanos –actualmente también desaparecidos– y su hermana. Christian aparece en una fotografía con su padre y su hermano menor en la playa. De Manuel sólo existen fotografías con su familia adoptiva, ya que tras la muerte de sus progenitores fue llevado a una casa cuna siendo apenas un recién nacido. Por su parte, Aleida y Lucio Antonio aparecen solos en las fotografías que se exhiben; únicamente la serie de imágenes del reportaje “¿Dónde están?” (cf. Torres Jiménez) que se insertan en el documental permiten notar el parentesco entre hijos y padres.

22 En La chambre claire, Barthes subraya que las fotos remiten a una existencia real de un objeto o una persona en el pasado: “ça a été” (1163-1165). A diferencia de un cuadro, la foto no inventa (Barthes 1169). Ni rememora el pasado, ni es tampoco un recuerdo (Barthes 1166 y 1173). Sólo puede dar un impulso para que el observador recuerde la situación en que se tomó la fotografía.