El juicio por genocidio en contra del General Efraín Ríos Montt: una ocasión perdida para negociar la memoria histórica durante la etapa del conflicto armado en Guatemala. (1979-2013)

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Marta Elena Casáus Arzú
Universidad Autónoma de Madrid

 


El artículo analiza los testimonios recabados durante el juicio por genocidio perpetrado contra el pueblo maya ixil y recogidos en la Sentencia condenatoria contra el general Efraín Ríos Montt. Se centra en cómo los testigos recuerdan los sucesos acaecidos durante la época del conflicto armado y de qué manera se produce el tránsito del recuerdo a la memoria de acontecimientos traumáticos, especialmente de las mujeres ixiles, remarcando las huellas que esos sucesos dejaron en ellas y cómo incidieron en la trayectoria posterior de sus vidas. Finalmente, hace hincapié en la necesidad de negociar las memorias fragmentadas de los diferentes actores y reconstruir la memoria histórica de ese periodo de la historia de Guatemala.
 
Palabras claves: Genocidio, recuerdo, memoria, historia, Pueblos indígenas, mujeres ixiles, conflicto armado


 

Introducción
El juicio por el genocidio y los delitos contra los deberes de la humanidad perpetrados contra el pueblo maya ixil, en el que el Tribunal de Alto Riesgo condenó al general Efraín Ríos Montt a 80 años de cárcel, surgió por una exigencia de los hombres y las mujeres sobrevivientes de las masacres cometidas por el ejército en el área ixil, con el fin de dar a conocer sus testimonios y exigir que se hiciera justicia.

A partir de entonces, la Asociación para la Justicia y Reconciliación tomó el caso y, asesorada por el Centro para la Acción legal en Derechos Humanos (CALDH), inició un largo proceso de recuperación de los testimonios y de resignificación de la memoria histórica, con el fin de elevar a la justicia los casos de genocidio ya determinados en 1989 por la Comisión de Esclarecimiento Histórico, la cual sentara un precedente en la justicia nacional e internacional para que estos crímenes de lesa humanidad no volvieran a suceder.

El juicio por genocidio contra el general Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez, les acusó como responsables de 1.770 asesinatos documentados del pueblo maya ixil, aunque en el conjunto del país el genocidio costó la vida a más de 200.000 víctimas. El caso se inició el 19 de marzo y concluyó el 10 de mayo del 2013, con una sentencia ejemplar que, sin embargo, diez días más tarde fue “paralizada” por la Corte de Constitucionalidad, que emitió un dictamen de anulación de la misma, aunque no del juicio, que obligaba a que el juicio se reiniciara en enero del 2015, recusando a los jueces del Tribunal de Alto Riesgo y obligando a que se hiciera cargo un nuevo tribunal. Esta decisión, mal fundamentada jurídicamente, parcial e incongruente según diversas fuentes jurídicas, es tan rocambolesca como arbitraria, y no contó con el consenso de todos los miembros de la Corte de Constitucionalidad. La Magistrada Gloria Patricia Porras Escobar emitió un voto razonado en contra de dicha resolución, por considerar que:

(…) el tribunal de Alto Riesgo cumplió con la orden de la CC [que] restituyó al abogado y anuló a los testigos del día que se quedó el acusado sin defensa, de forma que se reparó el agravio y que, en ningún momento ningún abogado de la defensa solicitó la anulación del juicio ni de la sentencia, de manera que no ha lugar dicha resolución.1

A pesar de esta opinión razonada de dos de los magistrados de la Corte de Constitucionalidad y de muchos otros dictámenes emitidos por expertos en Derecho Constitucional, en esos días se nombró un nuevo Tribunal de Alto Riesgo para que reiniciase el juicio el 15 de enero del 2015, después de que más de cincuenta jueces se negaran a hacerse cargo del proceso. Con ello se pretendía anular la sentencia por genocidio y conseguir que todos los militares implicados en éste y otros juicios pendientes contra los pueblos mayas achíes, mam y keqchí, quedaran en suspenso, mientras se conseguía una ley de amnistía.

En el reinicio del juicio, en el mes de enero del 2015, la defensa se negó a presentar al acusado de dichos crímenes, alegando enfermedad, pero al obligarle el Tribunal a comparecer en la sala, Ríos Montt se hizo llevar en una camilla, aduciendo extrema gravedad, dictamen que resultó falso cuando le examinaron los doctores del Tribunal. Al fallar esa treta, los abogados de la defensa recusaron a la jueza titular del Tribunal por haber escrito una tesis sobre genocidio, lo que volvió a paralizar sine die el juicio.

En este artículo, no me voy a centrar en los vericuetos del juicio, ni en demostrar si hubo o no genocidio, aspectos que ya han sido exhaustivamente probados en otros muchos artículos y peritajes (Casaús Arzú 2013 245ss), sino que intentaré dar voz a los sin voz y a centrarme en las declaraciones de los testigos y sobrevivientes, hombres y mujeres, en el valor de su recuerdo y de su palabra, para así contribuir a preservar no solo sus memorias como grupo étnico, sino la memoria histórica de un país que se niega a reconocer al otro como sujeto de derecho, negándole su existencia y su derecho a la justicia.

Antecedentes del juicio por Genocidio
La primera valoración en el campo de los derechos humanos se llevó a cabo en dos informes: el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (REHMI), y el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), comisión de la verdad formada por juristas y expertos en derechos humanos. Según esta Comisión, durante el conflicto bélico y la etapa de mando del general Ríos Montt, fueron asesinadas más de 200.000 personas, de las cuales más del 83% eran mayas, al haberse provocado “actos de genocidio contra la población indígena” (CEH 1999 vol. 5, 108-122). Esta violencia tuvo un trasfondo racista en la medida en que se trató de exterminar al pueblo maya, declarándolo enemigo interno. El Informe de la CEH, apoyado en la Convención de Prevención y Delito de Genocidio, firmada por todos los estados, entre ellos Guatemala, en 1950, tipifica como genocidio:

cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico o religioso en cuanto tal, y que suponga: matanza de los miembros del grupo; lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que puedan acarrear su destrucción física total o parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; traslados por la fuerza de niños del grupo a otro. (CEH 1999)

La CEH, la REMHI, el Centro para la acción legal en Derechos Humanos (CALDH), la Fundación Rigoberto Menchú y otros organismos internacionales, después de múltiples investigaciones in situ y con una gran cantidad de testimonios de las víctimas, confirman, en los numerales 11, 112 y 113 que:

entre los años 1981 y 1983 el ejército identificó a grupos del pueblo maya como el enemigo interno, porque consideraba que constituían o podían constituir la base del apoyo de la guerrilla (...) y considera que estos actos criminales y de violaciones de los derechos humanos (...) dirigidos de forma sistemática contra grupos de la población maya, entre los que se cuenta la eliminación de líderes y actos criminales contra menores (...) fueron cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a dichos grupos y que por ende constituyen actos de genocidio. (CEH 1999)

Todo ello sirvió de antecedente a los querellantes, CALDH, AJR, y al Ministerio Público para apoyar la causa, bajo el mandato de Claudia Paz y Paz como Fiscal general, y para iniciar el juicio por genocidio en contra de varios de los responsables intelectuales y materiales de las masacres cometidas en Guatemala durante esos años.

La sentencia por genocidio, después de escuchar a más de cien testigos y cincuenta peritos, dictaminó que Ríos Montt fue el “responsable directo del genocidio cometido contra la población Maya ixil, porque produjo muertes violentas de seres humanos, violaciones y arrasamientos de aldeas, lo cual obligó al grupo Maya ixil a desplazarse para salvar sus vidas” y porque, a juicio de lo escuchado por los testigos y peritos, “el acusado Efraín Ríos Montt, tuvo conocimiento de todo lo que estaba ocurriendo y no lo detuvo, a pesar de tener el poder para evitar su perpetración” (Sentencia 2013 103ss).

Marco teórico de referencia
Coincidimos con los estudios de Bartlett (1995) en que las huellas del recuerdo están indisolublemente unidas al contexto histórico y social y a los sistemas culturales, porque el recuerdo no es algo estático, que se almacena de forma fija en el cerebro, sino que se recrea y se reactiva en función de un interés o de una necesidad. Los recuerdos, según Bartlett, están vinculados a imágenes que se evocan a través de los sentidos, los instintos, el lenguaje, y estos reproducen el recuerdo selectivamente en función de la cultura del grupo y de las representaciones sociales del pasado. Para ello utiliza el concepto de “convencionalización”, en el sentido de que los recuerdos son selectivos y se evocan según el contexto histórico, el significado y las formas sociales de asimilación, retención, recreación, pero sobre todo por su capacidad reconstructiva. La “convencionalización” es un proceso por el que los elementos culturales que se introducen en un grupo desde el exterior se incorporan gradualmente y se conservan y reproducen colectivamente, como parte de la memoria de dicho grupo, lo que algunos denomina inconsciente colectivo o memoria colectiva (Bartlett 1995 353). Algunos de sus discípulos, como Rosa, Bellelli y Bakhurst (2000) van más allá cuando vinculan el recuerdo a la identidad, a la memoria colectiva y a la memoria histórica. Por ello afirman que el recuerdo es social y es un constructo que no reproduce fielmente el pasado, sino que lo recrea y lo reconstruye en función de sus intereses del presente.2 En esta misma línea Jelin considera que “la memoria es la forma como los ciudadanos y ciudadanas de un país construyen un sentido del pasado y se relacionan con el presente en el acto de rememorar o recordar ese pasado de manera negociada o consensuada” (Jelin 2002a 22). Por ello, las narraciones de los eventos no sólo tienen un contenido de relato objetivo de los hechos, sino que trasmiten una manera de entender los acontecimientos, una forma de interpretarlos según la cultura y el contexto histórico en el que se produjeron. En el fondo son representaciones simbólicas que se “convencionalizan, hasta llegar a formar parte de la memoria colectiva y algunas veces, cuando las memorias de los grupos se negocian y se consensuan llegan a formar parte de la memoria histórica” (Jelin 2002b 12).

En este marco es donde intentamos situar el juicio por el genocidio contra el pueblo maya ixil en Guatemala y coincidimos con Arias (2001) y Zimmerman (1995), en cuanto a las diferentes funciones que posee un testimonio, que no intenta reflejar los hechos históricos como si se tratara de datos fidedignos, ni pretende ser simplemente una evidencia jurada en un juicio público. Sin embargo, en el caso que nos ocupa sí lo fue y supuso para muchos de los testigos la liberación de una gran carga de dolor y miedo; el valor del testimonio de los testigos y sobrevivientes del genocidio perpetrado contra el Pueblo maya ixil es el punto de partida del juicio, y el valor intrínseco de estos testimonios radicó en que los sobrevivientes pudieron hablar de lo que observaron y lo que vivieron, pudieron dar testimonio de sus propias vivencias, como víctimas directas o indirectas de las masacres. De modo que vamos a exponer aquellos textos discursivos que se utilizaron durante el juicio por el genocidio obrado por Ríos Montt, para examinar aquellos hechos dolorosos, invisibilizados y negados en el pasado, y en donde el testimonio se convierte en una prueba de verdad jurídica sobre la que se apoya el juicio (Jelin 2002b; Pollak 1990). Así pues, el análisis de las narraciones que presentamos servirá de fundamento para negociar las memorias fragmentadas de un país dividido por el racismo y la violencia.

Nos centramos en las mujeres sobrevivientes de las masacres, en las mujeres violadas durante el conflicto armado, especialmente de los pueblos maya ixil y achí, por considerar que fueron la voz más clara y profunda a lo largo del proceso, las que mostraron mayor capacidad de empoderamiento y resistencia, por su deseo de justicia y por su empeño en trasmitir sus memorias al resto de la población. Para Pollak, la memoria es un elemento constitutivo de la identidad, tanto individual como colectiva, en la medida en que es un sentimiento de continuidad y de coherencia de una persona o de un grupo en la reconstrucción de sí mismo y, qué duda cabe, para los pueblos maya ixil, achí, quiché y mam, la reconstrucción de esos años de la guerra y los sucesos vividos treinta años después constituyen, sin duda, una buena parte de su identidad como etnias y como pueblos golpeados por la violencia (Pollak 1992 200).

Resulta muy importante observar la manera en que los actores sociales que sobrevivieron a la tragedia, o sus familiares, reconstruyeron los hechos y establecieron mediaciones entre lo que recordaban y lo que habían olvidado, porque la memoria colectiva está sujeta a distintas retóricas que inspiran discursos múltiples y muchas veces contrapuestos, y en la medida en que no establecen criterios de mediación e interlocución no se establece el “reconocimiento mutuo de su pasado, como forma de escribir su presente” (Taylor 1992 39). Y ese proceso que no logró negociarse en otros hechos traumáticos, como la masacre de la Embajada de España de 1980, volvió a evidenciarse durante los dos meses del juicio, como un parteaguas que divide y polariza a la sociedad guatemalteca.

Coincidimos con Jelin (2002a), en las dificultades para consensuar una memoria histórica, y aún más en aquellos países en donde esa memoria ha estado permanentemente fracturada o desmembrada, en donde los diferentes actores, especialmente los pueblos indígenas y las elites de poder, poseen diferentes interpretaciones del pasado, remoto e inmediato, en particular debido al afán de estas elites y de las instituciones del Estado por negar ese pasado, de manera que las memorias, deshilachadas, se convierten en objeto de disputas y conflictos. De ahí la importancia de acudir a la historia y la necesidad de “historiar la memoria”, es decir, de conocer, interpretar y mostrar las prácticas sociales y las maneras como los pueblos indígenas recuerdan y olvidan ciertos periodos traumáticos de su historia; de ahí la importancia del relato y el testimonio para intentar recuperar y, de ser posible, negociar ciertos fragmentos de la memoria colectiva y la historia nacional.

En este artículo seleccionamos narraciones que hasta el momento han sido invisibilizadas o no tenidas en cuenta como testimonios, pero que sin duda, por el impacto causado, por las huellas que dejaron los acontecimientos narrados en las vidas de los narradores, su recuerdo —aun cuando los ha acompañado y atormentado hasta el día de hoy— se ha visto profundamente alterado aun cuando acompañándoles y atormentándoles hasta el día de hoy, de modo que el testimonio se transforma en un elemento liberador y emancipador e, incluso en algunos casos, en un proceso de reconciliación nacional. Dividimos el artículo en cinco apartados para poder ir hilvanando los relatos, los recuerdos y las memorias de los testigos y los sobrevivientes, con el fin de presentar una secuencia que permita reconstruir parte de las memorias fragmentadas y su importancia para negociar la memoria histórica de un país dividido por el racismo y el conflicto armado (Casáus 2011).

¿Cómo se produce el tránsito del recuerdo a la memoria y cuáles son los mecanismos o estrategias del recuerdo?
No todos los testigos recuerdan de la misma manera, existe un tránsito entre el recuerdo y la memoria en función de la recurrencia del recuerdo, la percepción del mismo a través de los sentidos o de las imágenes vividas, escuchadas o rememoradas por otras vías. Y a partir de allí los colectivos involucrados en dicho suceso van construyendo las memorias históricas. Según Páez, Basave y González, el recuerdo colectivo de un pasado traumático se construye de forma diferente según los distintos grupos afectados en cada sociedad. En función de cómo se reevocan los hechos y se reevalúan se puede medir el recuerdo de un hecho traumático de forma positiva o negativa. Los cuatro mecanismos más comunes son la reevaluación, que consiste en pensar voluntariamente sin rencor ni resentimiento, aunque con dolor; la rumiación, que es pensar insistentemente en el suceso de forma involuntaria de manera hasta que llega a convertirse en una obsesión; la inhibición, que supone un intento de silenciar o reprimir el pasado traumático; y el reparto social, que juega un rol funcional en la asimilación de la experiencia emocional, y consiste en compartir con otras personas los acontecimientos de forma que permita, poco a poco, ir asimilándolos y convirtiéndolos en un hecho no traumático (Páez, Basave y González 1998). En función de cuál sea el mecanismo predominante del recuerdo, así existirá un clima social más positivo o negativo y la sociedad podrá lograr mayor grado de integración y cohesión social y conseguirá consensuar mejor sus memorias colectivas. Las sociedades que reparten y reevalúan sus memorias suelen ser sociedades más sanas, integradas socialmente y más democráticas; aquellas que inhiben o rumian su pasado y no lo consensuan suelen ser sociedades más conflictivas, menos cohesionadas y con rasgos autoritarios.

No todos los testimonios poseen igual riqueza en el relato ni las narraciones poseen el mismo nivel de profundidad ni de reconstrucción de la memoria colectiva, pero todos ellos aportan percepciones, rasgos, retazos de recuerdos y también de olvidos que son enormemente significativos y que hasta el momento no habían sido incorporados a los relatos oficiales, empeñados más bien en probar “la verdad o falsedad de los hechos”. Nos podríamos detener a analizar este punto, pero tal vez sea más visible relatar cualquiera de los testimonios de la sentencia por genocidio. Tiburcio Utuy narra los hechos que vivió en su aldea como si hubieran ocurrido ayer, con una nitidez y visualización impactante:

Yo tenía una bocina para avisar a la gente. Éramos dos, un anciano, él subió para avisar a la gente arriba, y yo bajé para avisar a la gente de abajo. Fui hasta la auxiliatura, entraron en casas, el Ejército alcanzó ver a dos señoras corriendo. La alcanzaron la primera, le pegaron, le quitaron la cabeza y los sesos se quedaron tirados, la arrastraron como un perro a la casa. Luego, a la otra señora, el Ejército la alcanzó llegando a su casa, la sacaron al patio y la corretearon, la dejaron amarrada de manos y pies, la señora estaba embarazada, le sacaron el bebé del vientre de la madre, y los estrellaron en un palo frente de la casa. Sentimos un gran dolor, qué culpa tenía, no había nacido aún. A la primera casa le prendieron fuego. Quemaron las personas adentro, se oyó gritos de las señoras y los niños, quedaron “encarbonados”. (Sentencia 2013 540-1)3

En el caso de la mayoría de los 100 testimonios que aparecen en la sentencia y de otros muchos que hemos analizado en otros peritajes, lo que más llama la atención es el escaso resentimiento y la falta de “rumiación” en términos de Páez et al., pues casi todo ellos revocan y reevalúan sus recuerdos como si fueran muy próximos, como una vivencia intensa, como una forma de liberación personal y colectiva. Muchos de ellos expresan al final de su testimonio que sienten que se les ha quitado un peso de encima, que al declarar se sienten más ligeros, más descargados, como si el simple hecho de hacerlo público y socializarlo formara parte de su sanación. Algunas de estas personas, especialmente las mujeres violadas, expresan que con su declaración pública y colectiva se les “ha ido el susto” ( Sentencia 2013 548).

Este tránsito del recuerdo a la memoria a través de la revocación y de la socialización —del reparto social de la carga— es lo que puede explicar, en parte, la sensación de alivio y de bienestar que se produjo en las víctimas después de la sentencia condenatoria, a pesar de su posterior anulación, porque, como explican las mujeres del Consorcio de Actoras del Cambio, el hecho de haber compartido ese dolor y saber que es un sentimiento vivido y compartido por otras mujeres, constituyó en sí mismo un acto profundamente reparador, una dignificación de su memoria, para “que se reconozca que lo que ha pasado es cierto y que les generó un daño inmenso y que no fueron culpables”.4

¿Cómo se recuerdan y narran los hechos?
Lo primero que llama la atención de casi todos los relatos de los y las testigos es el distanciamiento de los hechos y la narración de los mismos con una serenidad y sobriedad sorprendentes. A casi todos y todas les sorprendió la muerte de sus seres queridos y las masacres mientras faenaban en el campo o realizaban sus tareas domésticas, sin que hasta el momento hayan comprendido por qué fueron objeto de asesinatos, violaciones o persecuciones. Viven los recuerdos de forma plástica, de una manera sencilla y profunda, como si los hechos hubieran ocurrido ayer. Casi todos narran el asesinato violento de sus seres queridos con una minuciosidad y una plasticidad enormes, como si lo estuvieran viendo en una pantalla, como algo que sigue siendo inexplicable y aun cuando lo relatan les resulta difícil de creer y de asimilar. Las mujeres narran de una forma más intensa y con mayores detalles que los hombres, ponen más el énfasis en el entorno de la familia y las labores que estaban realizando en el momento de la masacre, se detienen en la descripción de la muerte de sus seres queridos y hacen múltiples comparaciones con el mundo animal, con sentimientos de desprotección y vulnerabilidad:

Nos trataban como animales, como pollitos en el corral. A esas cuatro mujeres, fueron golpeadas y el Ejército las dejaron tiradas. La señora Juana Solís, a ella le cortaron la cabeza. Margarita Velásquez, ella estaba pastoreando un animal en el potrero, la alcanzaron, ahí mismo la tiraron, ahí se quedó. (…) Genaria García quedó en pedazos como si fuera una animal, un pedazo por allá, otro por acá (…) los otros tres que se murieron en el 83, eso fue con bala, María Chaj, con bala. El patojito [muchachito] de 14 años se quedó perdido, su papá lo estaba buscando, no lo encontraron, no sabe cómo lo mataron. (Sentencia 2013 435)

Los hombres, por su parte, realizan un relato más lineal, menos minucioso, que expresa una cierta impotencia frente a los hechos y una dificultad en relatar los sucesos. En general, los hombres recuerdan su aldea y sus posesiones, su casa y sus animales, su vida en la aldea; muestran un sentimiento de inconsolable tristeza y permanentemente repiten que fueron partícipes directos y protagonistas de la tragedia. Las mujeres, por el contrario no acuden a este mecanismo de rumiación, no precisan rememorar los objetos, el espacio y el tiempo perdidos, y sus relatos revelan quizás un mayor grado de socialización y convencionalización de los recuerdos. Por ello, las narraciones masculinas presentan mayores dificultades para desbrozar las diferencias entre los recuerdos personales y la memoria colectiva, pues a lo largo del relato predominan la reevocación y rumiación de los hechos, y la necesidad de enfatizar su presencia o participación en los hechos narrados.

De cualquier modo, el recuerdo tanto de los hombres como de las mujeres es muy vívido y cercano; ambos guardan un sentimiento de asombro y estupefacción que se repite en los relatos. Casi todos ellos expresan su incomprensión por los hechos y, sobre todo, la sinrazón de los mismos, con expresiones como “no había razón para hacerlo”, utilizadas reiteradamente. Todos compartieron su miedo y su incomprensión por lo que sucedía, vivieron el temor a perder la vida, a ser asesinados y torturados, porque fueron testigos de las violaciones públicas y reiteradas de sus mujeres y de sus hijas, porque fueron testigos de la quema de sus casas y de sus animales, porque vivieron la huida colectiva a la montaña, sin ropa, sin alimentos y sin retorno, porque compartieron el terror a la muerte y a las masacres, y ahora, como testigos impávidos, pueden decir “yo lo vi, yo estuve allí, yo lo viví” y constantemente expresan su experiencia de vida durante los sucesos en los siguiente términos, “ ….no vamos a mentir porque todo esto nos pasó porque lo vivimos” (Sentencia 2013 422). Estos argumentos los repiten casi todos los testimonios con una mezcla de asombro, incomprensión y rabia. Muchos de ellos no habían socializado su historia ni habían historiado su memoria, pero se sentían culpables por haber huido y haber sobrevivido; así, al socializar sus experiencias se dieron cuenta de que ocurrieron cosas similares en todas las aldeas y entre los diferentes grupos étnicos y de esta forma fueron tejiendo sus memorias. Todos ellos compartieron un hecho traumático que no pueden olvidar y del que se sienten culpables y, de esa manera, comparten y negocian sus memorias, como un hecho sentido y vivido por un colectivo, una etnia muchos de cuyos miembros padecieron los mismos abusos y sufrimientos.

Francisco Pablo Carrillo narra de manera fría y pausada, recalcando desde el comienzo yo lo vi y yo lo viví”.

(…) Es triste contarle. No es una cosa fácil. Cuando llegó el Ejército a rodear la finca, cuando sentimos ya nos tenían rodeados. Me corrí y me escondí en la montaña. Prendieron fuego al juzgado. El día siguiente bajamos a ver y ya no había nada, solo carbón eran los cuerpos de los niños, el Ejército violó a las señoras, menos a las menores de edad. Las balearon en el pecho y las tiraron al fuego. De tristeza y dolor en el corazón, lo vimos con nuestros propios ojos. (Sentencia 2013 493)

Elena Cabaj Ijom narra:

A mi papá lo hincaron en un puente y le dispararon y se dieron cuenta que no se había muerto del disparo, entonces le dieron con un machete en la cabeza. Ya se había muerto mi papá. A mis hermanos les quitaron la ropa y los tiraron al fuego. En el caso mío, a mí me quitaron la ropa, estaba totalmente desnuda, me empujaron al río y me quebré (…). Nunca supe por qué me habían tirado al río. Todo eso me duele por eso vengo a buscar la justicia. Yo no tenía la culpa. (Sentencia 2013 512-3. Subrayados nuestros)

El testigo Juan López Lux narra cómo tuvieron que huir al monte después de la muerte de su hijo y sus familiares:

A mi hermana Juana la mataron los patrulleros de una bala en el pecho y le salió por la espalda. A su cuñado le metieron la bala en el corazón y le salió por la espalda. A sus dos sobrinos los dejaron tirados y como vieron que estaban vivos les cortaron el pescuezo con un cuchillo (…) Y eso es lo que le duele el corazón. (Sentencia 2013 417)

Santiago Pérez Lux narra su estupefacción ante el asesinato de su hermano y su hijo:

Estábamos en la casa, conjuntamente con otras personas. Llegó un hombre, y amarró a mi hijo con un lazo y lo colgó en las vigas, luego lo sacó y lo mató (…) nos asustamos y es por eso que salimos ahí y por eso jalaron a mi hijo (…). No sabíamos, no había razón, no teníamos nada de culpa, sólo vimos que llegó el Ejército y toda la gente se huyó. (Sentencia 2013 396. Subrayados nuestros)

Lo más grave del caso es que estos crímenes cometidos contra 1.700 personas identificadas con la etnia maya ixil, parte de una masacre planificada de los 200.000 indígenas mayas, fueron dirigidos específicamente contra ellos por ser catalogados como “indios” y, por el hecho de ser “indios comunistas, subversivos”, como “enemigos públicos del Estado”, a los que había que destruir, exterminar o por lo menos “borrarles lo ixil”. El hecho de que todos ellos pertenecieran a la etnia ixil fue, sin duda, el detonante que les costó la vida y la destrucción de sus casas y enseres. De ahí que estos hechos traumáticos (Jelin 2002b 28) sean procesados en la memoria colectiva convirtiéndose “en el conjunto de huellas dejadas por los acontecimientos que han afectado el curso de la historia de los grupos implicados que tienen capacidad de poner en escena esos recuerdos comunes” (Ricoeur 1999 16). Coincidimos con Halbwachs (1925) en lo que respecta a la estrecha relación entre la memoria colectiva y las relaciones de poder. No existe una sola memoria colectiva que no esté ligada a la pluralidad de grupos que conforman una sociedad. Cada grupo elabora aquella representación del pasado que mejor se adecua a sus valores e intereses, y la memoria colectiva se expresa como un espacio de tensión continua donde formulan y reformulan el pasado los actores sociales implicados en la trama. Esas representaciones colectivas del pasado le sirven al grupo para legitimar su historia, darle cohesión y capacidad de negociación frente al resto de la sociedad.

Los acontecimientos de “memorias flash” o catárticos
Sobre los acontecimientos traumáticos que afrontan las sociedades, tales como el golpe de estado de Pinochet en Chile el 11 de septiembre de 1973, el genocidio de Guatemala en 1982, el atentado de las torres gemelas en USA el 11 de septiembre de 2001, el atentado de la estación de trenes de Madrid el 11 de marzo del 2004 o el asesinato de la redacción de Charlie Hebdo en París el 7 de enero de 2015, hay diversas formas de enfocarlos que están muy relacionadas con las diferentes disciplinas, pero todas las interpretaciones poseen similares rasgos y contenidos. La psicología y la sociología tratan de lo que Brown y Kulik (1982), denominan “memorias flash”, al estudiar aquellos acontecimientos que quedan impresos de forma especial en nuestra memoria. Se trata por lo general de acontecimientos políticos que marcan a toda una generación, y luego son evocados y rememorados constantemente como acontecimientos sentidos y vividos como parte de la historia personal y colectiva. En este sentido, las memorias colectivas son poderosas herramientas de construcción de significado tanto para la comunidad como para los individuos que la componen. Los individuos se definen a sí mismos en parte por sus propios rasgos, pero también por los grupos a los que pertenecen, así como por las circunstancias históricas. Las memorias colectivas proporcionan un telón de fondo o un contexto para la identidad de la gente y la historia nos define al igual que nosotros definimos la historia. A medida que nuestras identidades y culturas evolucionan con el tiempo, nosotros reconstruimos tácticamente “nuestras historias” (Pannebaker y Crow 2000 254).

Antonio Gramsci prefiere hablar de momentos catárticos, cuando los hechos traumáticos han sido de tal magnitud que sirvieron para la toma de conciencia de las clases subalternas de su condición de tales. El concepto proviene de la terminología aristotélica, y significa, en las tragedias griegas, “purificación”, que es el paso del momento puramente económico, egoísta y pasional al momento ético político, es decir de elaboración superior de la conciencia colectiva, cuando esta se convierte en memoria. En otras palabras, la toma de conciencia es el punto de partida de la filosofía de la praxis, el pasaje de la toma de conciencia individual a la acción colectiva (Gramsci 1970 68). O, en términos taylorianos, sería el momento del reconocimiento de sí mismos y de los Otros, como seres de cultura (Taylor 1995 317). En ese sentido, el conflicto armado y las masacres contra la población indígena fueron de tal magnitud que marcaron a toda una generación de indígenas y no indígenas, instalándose en la memoria colectiva de esa generación y fijándola para siempre. De ese modo se convirtió en un acontecimiento que marca un hito, un antes y un después.

Los sociólogos y los historiadores, cuando vinculan la memoria y la historia al trauma, consideran que los acontecimientos traumáticos son aquellos cuya intensidad genera en el sujeto una incapacidad para responder a los sucesos, provocando trastornos psicológicos y sociales. Como opina Kauffman, “en el momento del hecho, por su intensidad y su impacto sorpresivo (…) Queda sin representación y, a partir de ese momento, no será vivido como perteneciente al sujeto, sino como algo ajeno a él o ella (…) la fuerza del acontecimiento produce un colapso de la comprensión, la instalación de un vacío o agujero en la capacidad de lo ocurrido” (Kauffmann 1998 7).

Esta es la actitud y el comportamiento más común de los testigos y las víctimas del genocidio, cuyo proceso de recuperación de la memoria y de rememoración del pasado ha sido lento y doloroso, especialmente en el caso de las violaciones de las mujeres que guardaron silencio durante mucho tiempo y, cuando pudieron contar los hechos lo hacían en tercera persona, como si la violación le hubiera sucedido a un vecino, un familiar, a otra persona. Cosa comprensible porque, como dice Jelin, “elaborar lo traumático implica tomar distancia entre el pasado y el presente, de modo que se pueda recordar que algo ocurrió, pero al mismo tiempo reconocer el presente y los proyectos de futuro” (Jelin 2002a 68).

Esta situación de recuperación del hecho traumático nos parece que es lo que más se asemeja a la forma en que el pueblo maya ixil recuerda y rescata su memoria y, sobre todo, narra los hechos vividos en carne propia, aunque sea como algo distanciado de su propia vida y de su propia experiencia, como un mecanismo de defensa para evitar el sufrimiento que la rememoración de los hechos produce. Debido a que entre los hechos más traumáticos narrados destacan las violaciones a las mujeres de diferentes etnias, nos parece pertinente hablar del género en la memoria, dado que las mujeres violadas van a tener un papel muy particular durante el juicio.

El género en la memoria
No han sido aún suficientemente estudiados los efectos de la violencia en las mujeres y son también escasos los trabajos, desde el punto de vista de la psicología y de las ciencias de la salud, sobre los efectos psicosociales perniciosos que produjeron estos hechos en las mujeres indígenas y ladinas guatemaltecas. Tal vez los estudios más relevantes sean los de Carlos Paredes (2006), ECAP (2012), UNAMG (2009), Linda Green (1993) y Consorcio Actoras de Cambio: la lucha de las Mujeres por la Justicia (2006).

Resulta evidente que no se puede recordar de la misma manera ni constituir de la misma forma la memoria en relación al género, porque en el caso de las mujeres víctimas del genocidio, su cuerpo fue utilizado como arma de guerra, como instrumento de dominación machista en donde las torturas y las violaciones sistemáticas fueron empleadas como un mecanismo de exterminio y también de humillación de sus seres queridos y la población masculina. En el caso de la violencia y violación de las mujeres ixiles, la sentencia consideró que:

el ejército, patrulleros de autodefensa civil y comisionados militares realizaron operativos selectivos, masivos y persecuciones en contra de las mujeres, ancianas, adultas y niñas por su condición de género, obligándolas entre otros actos a tener relaciones sexuales (…).Tales actos se ejecutaron de manera sistemática. La mayoría de mujeres que sufrieron actos de violencia sexual, fueron ejecutadas posteriormente y las sobrevivientes, por los valores culturales que poseen, no necesariamente pusieron en conocimiento los abusos sexuales de que fueron objeto. (Sentencia 2013 200)

La Comisión de Esclarecimiento Histórico registró 1.465 casos de violación sexual entre 1980 y 1984; de esos casos el 10.3% fueron a ladinas y el 88.7 % a mayas. 11.9 % de los perpetradores fueron comisionados de ejército, 15.5 miembros de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), 5.7% de otras fuerzas de seguridad y el 89% restantes miembros del ejército. Los grupos étnicos más afectados fueron los quichés, con un 55% de las violaciones, Huehuetenango con un 25% y Baja Verapaz y Chimaltenango con 3% respectivamente (CEH 1999 vol. 3, 25). De allí que resulte imprescindible referirnos a la dimensión de género en la memoria colectiva de la represión y del genocidio, en su doble condición de mujeres e indígenas. Los testimonios de las mujeres ixiles violadas y de las mujeres Achíes realizados durante el juicio dan buena prueba de ello.

[V]inieron los soldados y mataron a 15 personas y nosotros nos escondimos en la montaña. Quebraron las cabezas de los niños y yo vi cuando violaban a las mujeres. Sacaron los fetos de las mujeres embarazadas y les quebraron sus cabezas (...). Nos trataron peor por ser indígenas, no solamente con armas y balas, pero por quemar los hogares y cultivos. (CEH 1999 vol. 3, 29)

Después de la masacre de San Pedro Sacatepéquez y de San Marcos en enero de 1982, el ejército estuvo matando a la población civil durante 4 o 5 días. El testimonio de una de las víctimas que observó la masacre dijo:

Habían 10 verdugos (...) eran de Oriente. Hacían turno para matar a las gentes. Mientras cinco mataban, los otros cinco se venían a descansar. Como parte de su descanso tenían turnos para matar a dos señoritas de 15 y 17 años. Al darles muerte les dejaron sembradas estacas en los genitales. (CEH 1999 vol. 3, 32)

Uno de los testimonios mas desgarradores, y que prueba como se recuerda y se viven esos sucesos, es el que tuvo lugar en la masacre de Río Negro, el 13 de marzo de 1982, en Pakoxom, en donde asesinaron a 70 mujeres y 107 niños con el fin de exterminar a la población indígena según el Plan Victoria y el Plan Sofía, formulados por el Estado Mayor del ejército con la connivencia de la elite política y de la CIA, como campañas para aterrorizar a la población, especialmente a mujeres y niños.

El 15 de septiembre de 1982, regresamos con mi padre del mercado de Rabinal. Nos detuvieron los soldados cerca del destacamento y nos encerraron por separado (…) me quitaron la ropa a tirones (…) todos se subieron, el capitán primero, ocho soldados más, los demás me tocaban, me trataban muy mal y entre ellos decían al que estaba encima que se apurara, a mí me decía que no me moviera y me pegaban para que me moviera. De pronto vi que entraban con mi papá, estaba muy golpeado, le sostenían entre dos. Yo estaba desnuda sobre una mesa, y el capitán le dijo a mi padre que si él no hablaba lo iba a pasar muy mal. Entones hizo que los hombres que tenía ahí comenzaran a violarme otra vez. Mi padre miraba y lloraba, los hombres le decían cosas, él no hablaba, yo estaba cansada y ya no gritaba, creo que también me desmayé, pensé que me iba a morir, no entendía nada. Yo no creo que mi papá fue guerrillero, no sé qué querían. De pronto el capitán pidió un machete y le cortó el miembro a mi papá y me lo metió a mí entre las piernas. Mi padre se desangraba, sufrió mucho, después se lo llevaron (…) Unos meses después mataron a mi marido, pero yo en lo más profundo sentí alivio. Después de todo lo que me pasó ya no quería un hombre a mi lado, pero él no tenía que morir así. (CEH 1999 vol. 3, 51-2; Oj K’aslik 2003 150-1)

Otra testigo, Elena de Paz Santiago, relata cómo la capturaron en el destacamento de Tzaibal y le pusieron un trapo en la boca y con las manos amarradas la violaron: “No sé cuántos pasaron porque después la sangre ya solo corría (…) eso le hicieron a todas las mujeres que estaban en el destacamento (…). Cuando me recuerdo de esto me duele” (Sentencia 2013 515).

La violación de las mujeres indígenas ataca directamente a su identidad de género y de etnia, poniéndolas en una situación de enorme humillación y vulnerabilidad, ya que estas violaciones eran públicas y se hacían delante de sus seres queridos, como en el caso del testimonio anterior, con el fin de obtener alguna confesión. A muchas de estas mujeres las devolvían luego con vida a su comunidad, para que contaran a las otras lo que les podía pasar si protegían a sus hijos y maridos.

Estas memorias traumáticas que, después de 36 años de silencio, han sido compartidas y consensuadas entre mujeres indígenas de diferentes grupos étnicos, les ha permitido adquirir una conciencia plena de la situación a la que fueron sometidas, por el simple hecho de vivir cerca de una finca o de un destacamento militar, o por haber sido jóvenes en aquel entonces y pasar cerca de un cuartel o un destacamento en busca de agua: en todos los casos ese fue su único delito, como consta en muchos otros peritajes o testimonios de otras etnias afectadas por la violencia y las violaciones masivas (véase Consorcio Actoras de Cambio 2006 16-7).

Durante el juicio, sus testimonios fueron narrados con la cabeza cubierta con sus perrajes y con voz firme y serena, como si se tratara de hechos ajenos a sus vidas, para no sentir de nuevo el dolor y la vergüenza. Este es el testimonio de Cecilia Baca Gallero:

‘(…) sufrí porque me violaron tres noches seguidas. No podía moverme ni caminar porque me tiraban como pelota. Primero me violaron y después me acuchillaron. A mi hijo le taparon la boca y se lo echaron a la espalda, le salió sangre de la boca, nariz y ojos, después se murió’ (...). Después tuvo que preparar la comida para los soldados. ‘No quedé embarazada pero me golpearon y tengo infección en el estómago desde entonces’ (…) Por todo lo que le hicieron exige justicia, ‘por la sangre de mi hijo y mi marido, pido que no vuelva a suceder y que si no tengo delito que me lo digan para que se aclare’. (Sentencia 2013 448-9)

Durante las violaciones públicas y masivas, lo que más llama la atención es la cosificación o despersonalización de la que eran objeto:

(…) hacían lo que querían con nosotros, parecíamos unos animales, unos perros, ya no teníamos respeto, no les importábamos en nada, es como si mataran a un animal sin importancia, si querían lo enterraban o lo tiraban al monte, eso es lo que hicieron a las personas (…) eso no se hace ni siquiera con los perros (…). No éramos gente pues!!!! (CEH 1999 vol. 3, 196)

En general, la mayoría de los testigos y testimonios de las mujeres durante el juicio manifestaron esa memoria traumática y manifestaron no comprender nada de lo que pasó, así como exigieron una explicación que estableciera su inocencia en aquel cataclismo. La sentencia añade que la violencia sexual contra las mujeres tuvo una connotación diferente a las violaciones de los derechos humanos porque no solo afectó a las víctimas individuales directas, sino a la comunidad en su conjunto, que considera a la mujer símbolo de recreación y de trasmisión de sus valores y su cultura. Al mancillar la dignidad de la mujer se violentaba de manera grave al grupo étnico maya ixil (Sentencia 2013 27-8). ¿Qué duda cabe que esta violencia de género y de etnia puede catalogarse como etnocidio y feminicidio?

De acuerdo a los 11 testimonios recabados en el peritaje de las mujeres violadas de la etnia achí de Baja Verapaz (Casaús Arzú 2012), la mayoría de ellas ha permanecido soltera o son viudas; muchas expresan su alivio porque no van a estar nunca más con ningún hombre y otras agradecen que sus maridos no vivieran ya en el momento de la violación para no sentirse “avergonzadas” por todo lo que pasaron; algunas de ellas fueron estigmatizadas y marginadas de su comunidad por lo ocurrido, otras quedaron embarazadas, agradecieron el haber abortado y después nunca más pudieron quedar embarazadas debido a que “por lo que me pasó quede mal, no pude tener hijos y me quedé soltera” (Casaús Arzú 2012 13). Este es uno de los testimonios-denuncia en el que una mujer pone de manifiesto los efectos psicosociales y las huellas del dolor en su cuerpo y en su alma:

Yo quedé con el cuerpo muy dolorido, sobre todo en las piernas, la espalda y el estómago por los abusos que recibí. Como al mes de haber salido del destacamento me di cuenta de que estaba embarazada, pero al poco tiempo sufrí el aborto. Cuando encontré pareja, tuve problemas, porque mi cuerpo no quedó bien, cada vez que lograba embarazarme venía el aborto, por eso mi pareja se enojó conmigo y me abandonó. Ahora estoy muy sola porque no pude tener hijos. (Casaús Arzú 2012 14)

Otra testigo, Ana Pacheco Ramírez, relata como los soldados la sacaron de la casa y se la llevaron al campo, “allí me violaron, me quitaron la vergüenza y me dejaron desnuda (…) al volver a mi casa estaba todo quemado, mi hijo murió quemado cuando quemaron mi casa”. A su marido no lo volvió a ver y desde entonces “siento una gran pena y tristeza por todo lo ocurrido” (Sentencia 2013 517). Resulta interesante resaltar la relación entre el cuerpo y la sexualidad y como expresiones como “me quitaron la vergüenza” resultan tan gráficas para describir la violación y la humillación sufrida. Indica al final de su testimonio que ha pasado muchas penas y sufrido bastante y que lo único que pide es justicia.

Otras mujeres, a partir de la violación, se sienten sucias, contaminadas por el pecado metido en el cuerpo. Testimonios de la CEH como “Yo me sentía sucia, mal, asquerosa, con dolencias (…). Era un pena y me enfermé y me puse vieja rápido, hasta tomé (emborracharse) por sentimientos” (ECAP-UNAMG 2009 268). Una lo expresa de la siguiente manera: “Yo siento que cuando me baño me hecho cloro. Pero siento que allí está, que no es mi ovario el que está dañado sino que hay algo que está quemado, por eso yo siento húmedo (…). Y pienso que es consecuencia de la violación” (ECAP-UNAMG 2009 268).

A juicio de Carlos Paredes, estas mujeres poseen huellas del dolor en todo el cuerpo, en ellas se produce una sensación permanente de vulnerabilidad, de soledad y vacío, “Están enfermos de dolor”. “Este tipo de dolor es producto del recuerdo de lo vivido, de la marca que se lleva en el cuerpo y en el alma y transita entre la depresión y la desgana por vivir y el recuerdo permanente del familiar muerto y de la violación” (Paredes 2006 95). La organización Actoras de Cambio, que analiza con detenimiento este proceso de somatización física y psíquica, considera que la mayoría de las mujeres violadas hablaron de su malestar físico y lo relacionaron con el dolor del corazón, pues casi todas ellas padecen del estómago y sufren de estrés postraumático, pero también se refieren a enfermedades de los “nervios” y al “susto que tienen en el cuerpo” (ECAP-UNAMG 2009 288).

Algunos de estos testimonios nos permiten comprobar las formas de violencia, tortura y aniquilación de las mujeres y niños indígenas, y confirmar que hubo una planificación y un protocolo, establecido por el Alto Mando, una intencionalidad diseñada por la cúpula militar destinada a vejar el cuerpo de las mujeres, a exterminar físicamente a un pueblo y a su descendencia y perpetrar, en una palabra, un genocidio contra la población civil de origen maya. Como opina Paloma Soria en su peritaje durante el juicio, las violaciones no constituyeron hechos aislados sino un ataque sistemático a las mujeres por un amplio número de soldados, pues fueron violaciones múltiples, masivas y generalmente públicas, lo que comprueba la protocolización y práctica sistemática de la violación como parte de una estrategia planificada del genocidio (Sentencia 2013 197ss). Según la investigación del Consorcio Actoras de Cambio:

En la lucha de las Mujeres por la Justicia las cifras evidencian que la violencia sexual se inscribió dentro de la ideología racista dominante, que se expresó en la destrucción del pueblo maya (...) Las formas masivas, públicas, sistemáticas y generalizadas de ejecutar la violencia sexual, planificada y ordenada por los altos mandos militares, fueron los patrones de violencia sexual contra mujeres de origen maya (...) obedece a que eran consideradas seres inferiores por ser mujeres e indígenas (...). Las atrocidades cometidas contra las mujeres expresaban misoginia, odio racial u odio de clase. (Consorcio Actoras de Cambio 2006 16-7)

En casi todos los trabajos mencionados, al igual que en los testimonios recogidos de todas las mujeres sobrevivientes y afectadas por la violencia y la violación sexual, es evidente que su sexualidad ha quedado truncada o congelada; casi ninguna de ellas ha querido volver a tener relaciones sexuales con posterioridad y muchas de ellas se han quedado solteras. La agresión física se ha visto reflejada en sus cuerpos y en sus almas y casi todas ellas manifiestan un dolor profundo en diferentes partes de su cuerpo, jaquecas, dolores de corazón, náuseas, gastritis, lo que ellas llaman “susto”, nervios, y una profunda tristeza y desgana. El susto para las mujeres indígenas es una sensación de vacío en el estómago y de sensación de malestar continuo; en otras palabras, es un estado de permanente ansiedad y zozobra, que les hace estar temerosas de todo, permanentemente intranquilas. Esta sensación de “susto” es una constante en todas las mujeres violadas o afectadas por el conflicto (ECAP-UNAMG 2009; Paredes 2006).

¿Cómo fueron sus sentimientos después de su declaración y qué esperaban que el juicio les proporcionara después de sus relatos?
Cuando el fiscal preguntó a las mujeres durante el juicio: ¿Qué pide usted al tribunal por la muerte de su esposo y la herida de su hija? Las respuestas fueron muy similares:

Lo que voy a pedir que me paguen la sangre que sacaron a mi esposo y a mi hija. Lo que queremos que se vayan a la cárcel porque nosotros no robamos nada. (Sentencia 2013 547)

Lo que siento y es que me da pena y tristeza. Yo no quiero vivir nuevamente la guerra. Ya no quiero ver más la guerra con mis hijos. Yo digo que son mis hijos y mis nietos y lo que quiero que se detenga, que ya no haya más guerra y muertos. Me da mucha tristeza porque de repente ya no podíamos dormir, sólo nos asustamos. Sólo pensando en esto, yo ya no quiero ver más esta situación. (Sentencia 2013 521)

Yo personalmente siento mucho todo lo que me sucedió sobre esta tierra. Pero a veces siento en mi corazón y en mi alma que ya no puedo más, y que hay momentos en que voy a desvanecer. (Sentencia 2013 559)

Esa sensación de querer desvanecerse, desaparecer para dejar de sufrir y de recordar, esa sensación de no tener fuerzas para seguir viviendo, es otra de las manifestaciones comunes en todas estas mujeres que denuncian casos de violaciones al Ministerio Público, ya sean ixiles o Achíes, después de 45 años de silencio y agonía. (Paredes 2006 95). Otros testigos expresan su sensación de alivio y libertad, pero también de incomprensión de los hechos, y exigen que se haga justicia para que no ocurran nunca más, con lo cual están construyendo la memoria histórica del país: la necesidad de recordar para evitar que se repitan los hechos del pasado.

 La testigo Cecilia Ramírez, lo que pide es que se haga justicia:

“ Nunca se me va a olvidar lo que me hicieron. Lo que pido es justicia porque mi esposo no tenía la culpa, por qué le sacaron sangre. No se me olvida la guerra y me duele mucho en el corazón y en el alma”. (Sentencia 2013 517)

Mi cuerpo, mi corazón, mi cabeza, hoy me siento libre, estoy aclarando la verdad ante un Dios que nos ha salvado la vida. Eso es lo que siento en mi corazón, llegó el momento de decir la verdad de lo que pasó. Yo soy una sobreviviente de la masacre, el resto de las víctimas de mis seres queridos, quienes han derramado sangre sin tener la culpa, no sabían por qué tenían que morir y yo tampoco nunca lo supe. (Sentencia 2013 515)

La mayor parte de ellas piden que se haga justicia y se les repare moral y materialmente por el daño infringido: “Pido que se haga justicia por todo lo que nos hicieron. Si mi mamá y mi familia estuvieran vivos hubieran venido a declarar” (Testigo 68, Elena de Paz Santiago, Sentencia 2013 514). Pedro Pacheco vio como masacraron a 96 hombres, mujeres y niños en su aldea y pide “que no vuelva a suceder. Le pido a Dios que niños y niñas no vivan lo que pasó en 1982. Pido justicia para que todos miren lo que sucedió” (Testigo 70, Pedro Pacheco Bop, Sentencia 2013 517).

Uno de los sentimientos que se repite con mayor frecuencia en todos los testimonios es la incomprensión de lo que sucedió y frases como: ¿qué culpa tenía mi papá o qué culpa tuvo mi hijo?; ¡por qué mataron a los niños!; ¿qué culpa tenía, era inocente y me lo mataron? Nadie entiende los motivos por los que el ejército los mató y piden justicia, una explicación, que se les pida perdón y se les repare moralmente por los daños causados. Ese anhelo de justicia parece el común denominador de todos los testimonios, no solo del pueblo maya ixil, sino también de las Achés, Mames y Kekchíes. Un anciano que fue a dar su testimonio a la CEH, llevaba en su morral los huesos de un familiar. Cuando le preguntaron por qué los llevaba respondió:

Me duele mucho cargarlos (…) es como cargar la muerte (…) no voy a enterrarlos todavía. Si quiero que descanse, descansar yo también, pero todavía no puedo (…). Son la prueba de mi declaración (…). No voy a enterrarlo todavía, quiero un papel en el que me diga a mí: lo mataron (…) no tenía delito, era inocente (…) entonces vamos a descansar. (CEH 1999 vol. 3, contraportada)

A modo de reflexión final

  • En primer lugar, podríamos decir que el juicio constituyó un momento catártico, en términos gramscianos, en el que se cuestionó al bloque hegemónico y, por primera vez, se tambaleó el bloque de poder en su propia estructura interna, dentro del Estado y del sistema de justicia, cuando las clases subalternas exigieron que, por una vez en la vida, el Estado, el Ministerio público y la justicia estuvieran a su servicio y se pronunciaran al respecto. Ese momento catártico y los relatos de los/las testigos fueron de tal intensidad y autenticidad que el resto de los sectores letrados, urbanos y ladinos, no pudieron soportar ese discurso ni aceptar esa realidad, y la negaron, tratando de encubrirla y de impedir la negociación de la memoria histórica de un período clave de la historia reciente de Guatemala.

  • Las voces subalternas del pueblo indígena ixil, utilizando un discurso directo, simple y contundente, obligaron a tomar conciencia de un pasado negado o invisibilizado; mediante sus testimonios narraron una historia subalterna de resistencia que nadie quería recordar ni reconocer, y utilizando el sentido común, dieron a conocer su historia, la historia de los subalternos, la historia del pueblo maya ixil, y lo hicieron con valentía y sin tapujos, con un lenguaje de sentido común, en términos gramscianos.

  • Para el pueblo Maya ixil, así como para otros pueblos que padecieron en carne propia el conflicto armado, y que han ido poco a poco reconstruyendo sus historias a partir de un hecho traumático que marcó sus vidas, el juicio supuso un proceso de recuperación de su memoria colectiva y de su identidad como Mayas ixiles. La puesta en común, la reevocación y socialización de sus memorias, constituyó un nuevo contexto en donde tomaron conciencia de su identidad como pueblo maya ixil.

  • El momento álgido de la guerra contra los pueblos mayas, entre 1982-1984, marcó un claro momento histórico para lo que algunos psicólogos llaman Flash buble memories o “memorias flash”, un acontecimiento traumático porque marca un punto de referencia en sus vidas, señalando un antes y un después. Como opinan Brown y Kulik, son acontecimientos traumáticos que marcan a toda una generación y que se evocan y rememoran constantemente como acontecimientos sentidos, vividos colectivamente, como parte de la historia personal y colectiva y que, en la medida en que no se haga justicia y no se repare a las víctimas, no se cerrará.
  • Los/as testigos sobrevivientes y sus familiares, con sus testimonios desgarradores, con el apoyo de múltiples sectores ladinos letrados que, por primera vez, han puesto en tela de juicio al sistema político y judicial y han generado una crisis de dominación que duró poco, pero lo suficiente como para que el status quo no vuelva a ser nunca el mismo, provocaron múltiples desplazamientos de otros sectores subalternos, generando un nuevo mapa político de correlación de fuerzas en el país. Han forzado a que todos los guatemaltecos tomen posición frente al pueblo ixil, auténtico protagonista en este juicio. Los testigos, representantes de los pueblos mayas, al tomar la palabra, hacerse escuchar, narrar su historia y reconstruir su memoria, se convirtiéndose en sujetos políticos, de hecho y de derecho, cuestionando la hegemonía blanco-ladina como única poseedora de la justicia y de la verdad.

  • Sin duda las mujeres ixiles, kekqchíes y achíes fueron las que sufrieron más la violencia física contra sus seres queridos, la violación en sus cuerpos utilizados como arma de guerra y como esclavitud sexual. Son también las que guardan una memoria más vívida de lo sucedido, convirtiéndose en las trasmisoras de la memoria y además, las que exigen con mayor valentía y fortaleza que se haga justicia y se les dé un resarcimiento moral y material por los daños sufridos.

  • La sentencia por genocidio abrió una nueva etapa de “convencionalización” de la memoria colectiva, un compromiso entre el pasado cuyas vivencias reaparecen de forma traumática y el presente donde memoria y olvido se entrecruzan para procesar y sobrevivir aquel pasado negado. En este contexto, las conmemoraciones nacionales, por su carácter legitimador y sancionador de un suceso grave de nuestra historia, puede convertirse en un instrumento válido para negociar las memorias fragmentadas y contribuir a forjar nuestra memoria y nuestra Historia. En este sentido, la sentencia representó un acto conmemorativo por y para las víctimas y los testigos, para quienes con tanta valentía y tanto dolor relataron su historia y han contribuido a recuperar su memoria y la memoria histórica del país.

  • El juicio y la sentencia se han convertido en un momento fundacional para la justicia nacional y universal, así como una celebración del logro conseguido para las víctimas y los ciudadanos demócratas, los movimientos sociales y de derechos humanos.

  • En cuanto a la memoria histórica del país, una vez más se ha perdido una ocasión única para reconocer al otro. A pesar de que hubo un alto porcentaje de ladinos que, por primera vez, conocieron los hechos y la necesidad de que se hiciera justicia y se reparara por los daños causados, casi la mitad de la sociedad ladina urbano-letrada, del gobierno y las elites de poder, negaron el genocidio y las denuncias de tortura y violación, e intentaron, con la anulación de la sentencia, enterrar esa parte de nuestra historia, empeñados en negar la posibilidad de recuperar y negociar la memoria histórica nacional.

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Notas
1 Voto razonado de la Magistrada Gloria Patricia Porras Escobar, Expediente 1904-2013. Disponible en http://www.derechos.org/nizkor/guatemala/doc/montt40.html

2 Los grupos, al igual que los individuos “utilizan los recuerdos para fines identitarios, lo que hace que algunas veces su memoria se vea distorsionada para mantener una buena imagen de sí mismos (...) la memoria no solo es recuerdo, sino también olvido, ninguno de los dos son accidentales” (Rosa, Bellelli y Bakhurst 2000 71).

3 Los testimonios que hemos seleccionado son los que directamente escuchó el tribunal; posteriormente se pasaron a tercera persona y se cambiaron algunos términos para su mejor entendimiento, pero nosotros, en la medida de lo posible, hemos respetado la narración tal y como ellos la expusieron para mayor fiabilidad de su discurso.

4 Resulta curioso que las violaciones hayan quedado silenciadas durante tanto tiempo y que fuera a partir de una conversación que una mujer tuvo en tercera persona, como si le hubiera ocurrido a otras mujeres, como se empezó a tirar del ovillo de un tema ocultado, desconocido y desestimado hasta muy recientemente, cuanto toma el caso el Consorcio de Actoras de Cambio (ECAP-UNAMG 2009 429).