John Bennett. Una experiencia poética

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Miguel A. Valerio
The Ohio State University

Conocí a John Bennett en septiembre de 2012, cuando el poeta uruguayo Luis Bravo estuvo de visita en Columbus, Ohio, donde reside John y donde acababa de llegar para doctorarme en literatura y cultura latinoamericana. Abril Trigo, profesor del departamento y viejo amigo de Luis y John, había invitado el poeta uruguayo a hablar sobre su singular manera de hacer poesía y a hacer una que otra performance. Luis se hospedó con otro viejo amigo, John, que estuvo presente en la charla y el performance. Esa visita culminó con una performance a dos voces, las de Luis y John. Así conocía una manera nueva de poetizar. Nueva para mí, pero ya bien fundamentada con más de tres décadas de trabajo.

Al ser estudioso de las vanguardias históricas y de la poesía en general, ya conocía las audaces propuestas político-estéticas de los dadaístas y de la escuela experimentalista estadounidense, que les sirven de modelo e inspiración a John, Luis y afines. Pero sólo en libro. Jamás había vivido una experiencia poética verdaderamente vanguardista. En aquella ocasión viví tal experiencia por primera vez. Hasta entonces, sólo había asistido a las “lecturas” y “recitales” poéticos que conocemos todos. Unos mejores que otros. Pero todos anclados en el texto. La propuesta de John, Luis y afines es redimir la poesía de esas cadenas: la textual/tradicional y la monótona/poéticida.

En aquella charla, al ofrecernos su arte poética, Luis también nos ofrecía una vía para aproximarnos a la poesía de John. Luis denomina esa arte poética “la puesta en voz de la poesía.” En la reflexión que me habían suscitado esos dos días de poesía, la había comparado a la puesta en escena de una obra de arte. Pero hoy veo mi error. El drama es texto. Los actores leen/recitan textos, y además de otros. John, Luis y afines no hacen nada parecido.

Hay un texto de partida. Pero texto ya concebido para dejar de ser texto y ser voz. Texto que en principio no es texto. Por eso el que quiera leer a John de manera tradicional tendrá una lectura infructífera. Y el que le escuche y busque concordancia con el texto se sabrá (des)engañado. El texto es sólo punto de partida. Una herramienta nada más. En el momento lo importante es seguir el ritmo, romperlo, poner la poesía en voz, librarla del texto. 

En esto hay en esta poesía algo muy antiguo, arcaico y primordial. La teoría de la puesta en voz de la poesía resuelve la cuestión del huevo y la gallina para la poesía. Sin decir cuál es cual –si el huevo la poesía y el texto la gallina, o viceversa– esta teoría nos recuerda que la poesía-hecha-voz es anterior a la poesía-texto. Y por ello intrínsecamente independiente de esta segunda.

Y sin embargo, nos encontramos con textos de John. Y no podemos no decir que estos textos no sean ni poéticos ni independientes, porque son exactamente eso. Se trata entonces de dos modalidades. El poeta moderno no se engaña. Sabe que ya la poesía es voz y es texto. Que la tipografía, caligrafía, ortografía, en fin, el grafema, nos permite expresar lo poético también. Estamos ante dos realidades: la poesía-hecha-voz y la poesía-texto. Se retroalimentan pero no son la misma cosa. Una sigue el camino de la voz y la otra del grafema.      

No obstante, tanto la poesía-hecha-voz como la poesía-texto de John parten de dos principios inseparables, lo visual y lo sonoro, que buscan interpelar los otros sentidos. Ambas (poesía-hecha-voz como la poesía-texto) son sinestéticas, polisémicas y polifónicas a la vez. El texto sube, baja, corre, se detiene, pausa, se desliza, se va, se queda, viene y va, sigue, arde, se apaga, explota, se endulza, se pone agrio. Nos alcanza como una letra que nos busca para preguntarnos por una cita amorosa, por lo que hicimos hoy, por lo que haremos mañana. La voz igualmente se pone agria, se endulza, explota, se apaga, arde, sigue, va y viene, se queda, se va, se desliza, pausa, se detiene, corre, baja, sube. Nos alcanza como una llamada que nos busca para preguntarnos si recordanos quiénes somos, hacia dónde vamos, qué queremos, qué no queremos. Ambos inventan y nos inventan mundos nuevos que ya eran nuestros.

Cuando estamos ante un texto de John estamos ante el sound graph de un migrante que oye y habla en todas las voces de América a la vez.  Estamos ante el retrato de su alma sonora, norteamericana y mexicana, suramericana y centroamericana, quiché y náhuatl, mapuche y guaraní, chéroqui y apache. Algo como el sueño lingüístico de Bolívar y Vasconcelos. Estamos ante un lenguaje cósmico, real y vivo. Y ver, oír ese texto puesto en voz, en vida líquida, es convertirse en ese texto, en ese lenguaje cósmico, sin nombre y sin frontera. Utopía, porque la poesía es utopía: un no lugar sin tiempo ni espacio donde siempre es aquí y ahora.

Recuerdo que aquella noche en que John y Luis hicieron su performance juntos en un momento me pareció oír una nota gregoriana, perfectamente distinguible. Cumplido de doble filo. Esa música excelsa que busca retratar el cielo en melodías vocales es tan vanguardista como esta voz poética que busca representar lo más hondo del ser (pos)moderno –el ser-en-este-tiempo, como diría Heidegger. Es decir, representar lo impalpable a través de lo efímero en un tiempo donde todo es líquido.  Pero ese efímero es un puente entre lo que no se puede alcanzar, lo que siempre se está alejando y lo que se nos desliza por las manos a cada instante.

Ambas voces sondean la misma frontera: aquella donde los sentidos se encuentran con aquello que palpamos y, sin embargo, aún no sabemos nombrar, que es dominar. Ambas se adentran por lo indomable, lo infinito. Con la diferencia de que John se convierte en indomable en su andar por lo infinito, inacabable: la poesía.

                                                                                           Columbus, OH, 9.9.14.